Juliette despertaba para comenzar un nuevo día, era viernes, y también, el último día en que su obra, “El lobo de las praderas” estaría en exhibición en su galería de arte dentro del museo de Fernand Beaumont, mirando el cuadro de aquel lobo castaño que había comenzado el día anterior intentando emular la mirada de Edmond Rohan, se sintió avergonzada, no se explicaba que era lo que había hecho para merecer la atención de dos hombres tan apuestos y poderosos, al mirarse al espejo, no miraba a una belleza exuberante como las super modelos que salían en la televisión o las revistas que, en definitiva, cualquiera de los dos hombres podrían tener tan solo pedirlo, ella solo era una aburrida pintora que usaba siempre los mismos sosos vestidos de monja y no solía usar maquillaje, no era, en sí misma, nada extraordinario que justificara la atracción que profesaban por ella tanto Fernand como Edmond.
Tomando su taza matutina, como hacia diario, de café, devoraba su desayuno, al día siguiente v