XXII Promesa de silencio

—¿Te han comido la lengua los ratones?

En el despacho, Alejandro todavía parecía descolocado por la presencia de Libi allí. Miraba como si se hubiera equivocado de casa, pero no se atreviera a hacer patente su error.

—¿Me traes buenas noticias sobre Ángel?

Alejandro se acomodó las gafas, recuperando la templanza que siempre dominaba su expresión de hombre listo, pero demasiado aburrido para ser tan joven.

—Pensé que el plan era olvidarte de la señorita Arenquette.

—Así era, pero ella se las ha arreglado para que eso no ocurra —señaló la silla en la que estaba prisionero—. Además, tengo una cicatriz de veinte centímetros en la espalda que me la recuerda cada día.

—¿Entonces? ¿Retomaste tu venganza?

—La venganza es un término tan infantil, yo no soy un niño enojado, Alejandro. Soy un hombre práctico que ha decidido que hacer el amor es más redituable que la guerra.

Alejandro tosió, incómodo. ¿Irum había dicho "hacer el amor"? No creía él que tales términos existieran en su vocabulario.
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