El olor a sangre quedó atrás, pero aún lo sentía en el aire, pegado al pelaje, mezclado con el frío del amanecer. Caminábamos sin hablar, dejando que el silencio lo dijera todo. Cada paso alejaba los ecos del combate, aunque sabía que las sombras del cañón seguirían siguiéndonos por un tiempo. El viento cambiaba de dirección a cada curva, y el sol apenas alcanzaba a filtrarse entre las montañas, una luz pálida que no calentaba nada.
Ashen iba adelante. Su andar era constante, controlado, casi inhumano. Parecía no sentir el cansancio, aunque podía leerlo en la tensión de sus hombros, en la rigidez de su espalda. Lo conocía ya lo suficiente como para entender que esa calma era su forma de mantenerse enfocado. Cada vez que su mirada se alzaba hacia el horizonte, sabía que estaba midiendo las rutas, buscando posibles emboscadas, salidas, refugios. Yo me mantenía cerca, en silencio. No necesitábamos palabras. Después de todo, el vínculo bastaba.
Cada tanto, él giraba la cabeza, solo un seg