Isabel cerró la puerta trasera en su casa de campo y dejó que el murmullo de las amigas se desvaneciera en el pasillo. En las paredes de aquella casa, las fotografías de Jonas llenas de su inocente mirada, les daban fuerzas para lo que se avecinaba. Alicia respiró hondo, consciente de que aquel día traería respuestas y, con ellas, la posibilidad de cerrar heridas que habían marcado años de su vida.
Un café en la orilla del río. Un banco de madera, el murmullo del agua y dos siluetas que se enfrentaban sin prisa, como quien sabe que cada palabra puede cambiar el sentido de todo lo que queda por delante. Alicia tomó el vaso entre las manos y observó el reflejo de la ciudad en el agua. Mark, más sereno que en sus últimas apariciones, dejó que el silencio pesara antes de hablar.
—No quiero marearte con dramatismos —comenzó, y su voz sonó menos áspera de lo que esperaba—. Debemo hablar de una verdad, sin adornos. Lisa… no fue un accidente de amnesia. Fue una decisión que se tomó en silenci