— ¡Vamos, Julian! ¡Olvida, ya lo perdiste! — exclamó el macho de ojos negros al lobo que caminaba decidido frente a él.
Julian estaba cansado de la voz irritante de su hermano menor; Vincent lo había estado criticando durante horas por haber perdido el ciervo hace dos horas.
El joven macho sostenía firmemente su arco y afinó sus oídos.
Sintió la suave brisa golpeando su rostro, percibió los diversos olores del bosque a su alrededor y la luz del sol iluminando su camino.
El macho pisaba suavemente, sin hacer ningún sonido que pudiera asustar a algún animal, cuando de repente el estómago de Vincent retumbó detrás de él.
Desde la primera luz del sol estaban cazando para llevar comida a su familia, pero el ciervo había escapado cuando Julian falló la flecha.
— Tengo hambre. — Murmuró Vincent.
Julian miró de reojo a su hermano menor; tenía apenas diez años, así que era comprensible.
Julian sacó un pan seco de su bolsillo y se lo entregó.
El joven agradeció.
Mientras lo veía comer, la mirad