02. Ataque

CRYSTAL

Mi cuerpo adolorido golpea constantemente la jaula en la que voy, mientras las ruedas pasan por un camino difícil.

Pegada al último rincón, puedo ver la otra carreta que viene detrás de nosotros, iluminada únicamente por una antorcha con la llama danzante por la brisa de la noche.

Hace poco que oscureció; aún seguimos dentro del territorio de la manada, pero estamos en los límites de la frontera.

Más adelante, nos detuvimos. El hombre que me compró abrió la reja, sacándome de allí hacia mi nuevo destino.

Otra jaula más grande, tirada por dos caballos, nos espera ya llena de varias mujeres.

—Vayan a hacer sus cosas rápido, porque luego de eso se tendrán que aguantar.

La otra mujer y yo nos miramos unos segundos antes de escondernos detrás de algún árbol.

Subí la falda de mi vestido, bajando mi prenda íntima. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver la sangre fresca que la manchaba.

Cerré los ojos y permití que ese calor cargado de odio se extendiera por mi cuerpo. El llanto se detuvo, las lágrimas se secaron y, al abrir los ojos, pude percibir el cambio.

Puse mi mano en la tierra, aquella que me vio crecer, movida por algo desconocido que me impulsó a hacerlo.

—Pagarán por el daño que me hicieron. Cada lágrima, cada desprecio, cada golpe desde mi infancia será cobrado con una venganza tan devastadora como un huracán. Me han arrebatado lo más preciado de mi alma, pero me han regalado el arma de su destrucción.

Una pulsación blanca cubrió la tierra a mi alrededor, como un destello de luz que se expandió, iluminando incluso los árboles más allá de mi vista.

Caí al suelo retrocediendo cuando, por fin, salí de aquel trance, escuchando los latidos acelerados de mi corazón, mirando cómo entre las hojas secas del suelo comenzaba a cristalizarse la humedad.

El mismo bosque pareció cambiar, haciéndose más frío, más denso, con aires helados que me hacían temblar.

¿Qué demonios fue eso?

—Traigan a las mujeres, tenemos que irnos.

—Sea lo que haya sido, debemos movernos.

Me levanté rápido, apenas logrando subirme la braga; en un segundo ya tenía una mano agarrándome fuerte como tenaza para llevarme de regreso hacia la jaula.

Todos estaban nerviosos, asustados, preguntándose qué había sido eso, y yo no era la excepción.

«Thea, dime qué fue eso», pregunté a mi loba.

«No lo sé, Crystal, pero es mejor mantenerlo oculto».

Una vez dentro de la jaula, me acomodé en algún pequeño espacio, mirando a las muchas mujeres con la cabeza baja, aceptando su cruel destino.

*****

Estuvimos viajando por varios días; ninguna podía moverse o estirarse. Dormíamos sentadas, siendo tratadas como animales.

Apenas nos daban de comer o de beber, y nos sacaban una sola vez al día para hacer nuestras necesidades; de resto, teníamos que aguantarnos.

Al caer la noche, por fin se podía ver a lo lejos, al pie de una montaña escarpada, el vestigio de una mansión con muros que cubren sus alrededores.

Una vez que llegamos, nos bajaron de la carreta, seleccionándonos como simple ganado para luego meternos en bodegas diferentes.

Y allí estaba yo, caminando entre las más estropeadas y abandonadas, buscando algún rincón solitario donde pudiera sentarme y seguir viviendo mi duelo.

Me acomodé entre unos barriles, ignorando el olor de la humedad y la madera podrida, recostándome contra la pared para abrazarme a mí misma.

Una parte de mí quería resignarse a esto, pero otra luchaba con rebeldía por querer escapar y vengarse.

—Una Omega queriendo escapar de su destino, eso es nuevo de ver.

Giré mi cabeza en esa dirección, una esquina oscura donde una silueta se mueve haciendo sonar varias cadenas.

Ella se acerca hacia la luz, dejándome ver su rostro cubierto por una especie de máscara de hierro; sus manos llevan cadenas pesadas, al igual que sus piernas.

—Pronto tendrás una oportunidad, así que aprovéchala bien antes de que la oscuridad te atrape entre sus garras.

—¿Qué quieres decir? —pregunté inquieta.

—Tic Tac. Astra, Tic Tac.

¿Astra?

Gritos, gruñidos y aullidos comenzaron a alzarse de un momento a otro para alertarnos de un ataque.

Pronto, en medio del caos afuera, la puerta de la bodega donde estábamos se abrió; varios hombres vestidos de negro entraron, dirigiéndose directamente a la chica con la que acababa de hablar.

—Tic Tac Omega, corre o él te encontrará.

Salieron llevándosela a rastras, dejando la puerta abierta y ahí vi mi oportunidad de escapar.

Salí al exterior, tratando de ignorar la sangrienta escena que me rodeaba.

Me mezclé con las demás, huyendo de los lobos, tratando de esquivar los ataques que cobraron la vida de muchas.

Un aullido poderoso, retumbando con fuerza en mis oídos, me hizo detenerme en seco, sintiendo cómo un escalofrío me recorre la espalda.

No era la única congelada en el lugar; ahora solo se escuchaban los gruñidos de los lobos que vienen con ese Alfa.

Me giré lentamente para poder verlo, esperando que tal vez fuera mi salvación, pero cuando lo vi, supe que posiblemente estaba muerta.

Un lobo negro imponente, con una bruma oscura saliendo de su pelaje, tiene sus ojos rojos fijos en mí, mostrándome los colmillos, manteniéndome paralizada de miedo mientras camina hacia mí.

Trato de moverme, huir, pero mi cuerpo no reacciona, ni siquiera Thea lo hace.

Él es el Alfa más temido de la historia, el Alfa maldito, un cruel hombre que puede destruirte solo porque sí, y ahora yo… yo era su objetivo.

De pronto, hubo un estallido; la mansión voló en pedazos, esparciendo escombros y afilados hierros por todas partes.

Caí al suelo cuando algo impactó en mi cabeza, haciendo que perdiera la noción del tiempo por unos segundos.

Alguien me levantó del suelo, no supe quién; solo sé que comencé a caminar en medio de mi aturdimiento.

Otro estallido cerca de nosotras me hizo volar por los aires, en dirección contraria, cayendo con un golpe sordo, escuchando un pitido en mis oídos mientras trato de luchar contra la inconsciencia.

En medio de todo el ruido, escuché gruñidos de dolor, un cuerpo pesado moviéndose detrás de mí, una bruma oscura acariciando mis piernas de una forma escalofriante.

Giré lentamente para ver a mi peor pesadilla a escasos centímetros de mí, luchando contra un hierro que se le había clavado en el estómago.

Esta era mi oportunidad de escapar, pero en cambio me quedé allí, mirándolo luchar, tomando la decisión más estúpida de mi vida. O tal vez la segunda más estúpida.

Me acerqué a él, con todo el cuerpo hormigueando por ese espeso humo que me envolvía como un manto.

Sus ojos rojos me sacudieron por completo, pero ahí seguía yo, avanzando hacia él hasta que mis manos tocaron el hierro.

—Pu…pue…puedo ayudarte—, con las manos temblando a más no poder, saqué aquel hierro oxidado.

Su aullido hizo doler mis tímpanos y ahora solo espero que no venga por mi cabeza.

«No, no hagas eso, Crystal, o estaremos muertas».

Quería dejarlo ahí, a que se recuperara solo, pero no podía; algo en mí tiraba para que lo ayudara.

Coloqué mis manos en su herida, dejando que aquel poder que tanto ocultaba saliera. Mis manos brillaron con una tenue luz blanca, iluminando la sangre que mancha su pelaje.

Es irónico que pueda sanar a los demás y no a mí misma.

El lobo se quedó quieto, siempre su mirada en mí, con la amenaza escrita en su aura dominante que estaba por asfixiarme.

Comencé a sudar, puntos negros manchando mi visión. Esto es más de lo que nunca he dejado salir de esta rareza de mí.

Me alejé cuando lo creí necesario; tampoco era tonta para ponerme en bandeja de plata al enemigo, aunque literalmente ya lo estaba.

Cuando alejé mis manos, mi cuerpo fue arrojado al suelo por esa bestia, enjaulándome con su gigantesco cuerpo.

Mi vestido fue rasgado con sus garras, dejando mis pechos y mi piel al descubierto. Gruñó a escasos centímetros de mi rostro mientras todo mi cuerpo temblaba y las lágrimas de resignación se precipitaban sobre mis mejillas.

Iba a morir.

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