Oí crujir las tablas del suelo bajo sus pies al levantarse.
Con los brazos rodeando mi cintura, me quedé mirando por la pequeña ventana de su apartamento. La vista no era gran cosa. Daba al estrecho callejón y a la pared de ladrillo del edificio de al lado, pero al menos no la estaba mirando a ella. Al menos no podía ver mi expresión, no podía ver lo tonta que había sido.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz suave pero firme.
Respiré hondo. Y entonces se lo conté. No entré en los detalles más íntimos. Le había prometido respetar su privacidad y pensaba cumplir mi promesa. Pero esto no se trataba tanto de su privacidad como de sus acciones y de lo que su madre había dicho.
—Nos pilló. No parecía avergonzada, ni siquiera parecía importarle haber pillado a su hijo teniendo sexo. Lo que más le molestó fue haberlo encontrado con la empleada. —Se me quebró la voz y miré a Molly con asco—. ¡La empleada! Y luego le dijo que si quería algo más exótico, podía haberlo conseguido sin «traerlo a casa».
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