Mi corazón latía acelerado, el eco de mis pasos resonaba en mis oídos mientras corría junto a Oshin, quien no me soltaba ni por un segundo. Podía sentir la tensión en el aire, esa electricidad que siempre existía cuando el conflicto estallaba. Y lo sabía, esto no terminaría bien.
De repente, una voz conocida pero cargada de rabia me sacó de mis pensamientos. Mi padre y mi hermano corrían hacia nosotros, sus pasos apresurados y pesados, llenos de furia. El gruñido de Oshin me hizo voltear justo a tiempo para ver cómo se interponía entre nosotros, protegiéndome.
—¡Fumiko!— mi padre rugió. Su voz era tan fuerte, tan imponente, que hizo que mi estómago se retorciera. Mi hermano se unió a él, con los ojos llenos de ira, y su presencia amenazaba con arrasarme.
— Son mi familia —dije en voz baja, pero lo suficientemente alto para que él me escuchara.
De inmediato, Oshin se tensó cuando esas palabras abandonaron mis labios. Ambos llegaron a nosotros, y mi padre no tardó en gruñir, molesto.
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