Una enfermedad extraña asoló a la tierra y redujo la población casi al setenta por ciento. Las potencias, alarmadas, decidieron hacer todo lo posible para contener la infección, pero todo fue en vano, pues las personas enfermas mutaron a seres extraños con una rabia incontenible y una sed de sangre devastadora. Sin saber qué más hacer, decidieron utilizar dicha enfermedad a su favor y experimentar con sus niños huérfanos, generando así más caos a su paso. Después de tanta destrucción, el mundo se redujo a los escombros y la humanidad a la pesadumbre. En ella aún resiste la esperanza, pero a medida que pasa el tiempo parece desintegrarse. Con recelo y temor, Sam decide dejar su puesto y se sumerge en la traición. Casi moribundo, es salvado por una persona que resiste en la soledad. Ambos, con una amistad reciente, se sumergen en misterios más profundos y descubren a su paso verdades amargas que los llevará a decir si en verdad vale la pena seguir de pie o dejarse devorar por los esperpentos que los acechan en las penumbras. Tendrán que decidir o dejarse llevar por la muerte. ACLARACIÓN: Esta novela la escribí hace mucho y la dejé a mitad de camino. Como la retomé, notarán muchos cambios de narración en ciertos capítulos. Lamento si hallan errores de cualquier tipo.
Leer másAtizo la madera que está a punto de volverse en carbón. Las bajas llamas, casi muertas, parecen revivir durante un efímero momento. Suspiro y dejo caer el palo. Tanteo el suelo en busca de lo que necesito, pues la luz anaranjada no llega hasta donde se halla. Esbozo una sonrisa. Lo agarro con cuidado y examino la carne envuelta en hojas de palmeras casi secas. Empiezo a pincharla con alargadas ramas y luego la posiciono en lo alto de la fogata. Con ahumarla será suficiente.
Recojo mis piernas y cuento los segundos que trascurrirán para que ya esté hecha, no es como si fuera mucho. Además, mi estómago está tranquilo, pero si me acuesto sin comer nada mañana amaneceré con alguna enfermedad y es lo que menos deseo. Le echo un vistazo al mundo que está fuera de mi caja de metal; ya no hay contaminación como para que las estrellas sean tímidas y brillen para escandalizar. Giro la carne con la cabeza ladeada. Quizá si consigo sal podré disfrutarla mejor. Alcanzo mi libreta, hojeo las páginas amarillentas y doy con lo que necesito. Leo las instrucciones que fueron garabateadas con celeridad. A duras penas se entiende el párrafo.
Consigue gramíneas, tienes que hervirlas por cierto tiempo. Te darás cuenta cuándo parar. Obtendrás sal vegetal.
Hago una mueca. Son difíciles de conseguir, mas posible. Sin embargo, dudo mucho hacer una aventura para hallar aunque sea una.
Otra opción es evaporar el agua de un manantial o del mismo mar, así podrás obtener sal marina o de manantial, pero has de saber que no sabes cómo hacerlo, quizás experimentando logres resultados. ¿A qué temperatura tendrá que hervirse?
Tacho con el viejo lápiz esta opción. Hay un manantial a unos cuantos kilómetros, seguro mañana podré ir por esa agua y tener lo que deseo. Guardo la agenda en mi mochila ya roída por el tiempo y amarro un viejo trapo en una de sus astas. Temo que se rasgue como anteayer. Vuelvo a picotear las ascuas. Al ver que la carne ya está rostizada y en buenas condiciones para ser consumida, la quito de las ramas y la devoro con cuidado. Pese a que está caliente, a duras penas percibo la quemazón. Vuelvo a contemplar las afueras. Vacilo un poco, pero a lo último me incorporo, piso el fuego y cruzo los portones. Me rasco el muslo y aspiro. El olor a arena no me es agradable.
El leve sabor de la carne, más sanguinolento por la falta de condimentos, permanece durante un buen rato en mi boca mientras camino cerca de algunos árboles que sufrieron tanto daño… que lograron aguantar. Esquivo ciertos escombros. No puedo caminar con tanta libertad, pero sí mantengo con las alarmas encendidas. Con los sentidos aguzos percibiré cualquier cosa que atente contra mi vida. Rechino los dientes al posarme frente al edificio que ya está más que deplorable. Solía ser un teatro, lo recuerdo muy bien, pues vendían al otro lado de la acera unas deliciosas palomitas. Las personas se aglomeraban alrededor del puesto sin importar la incomodidad de los transeúntes o los autos cercanos. Algo debía echarle al maíz el vendedor, dado que eran peculiares.
Pestañeo e intento rememorar más. No obstante, solo puedo capturar ciertas memorias, las demás están estropeadas.
«Perderás el tiempo si intentas rememorar. Mejor da media vuelta».
Regreso mis pasos. Uhm, cuanto me gustaría tener una muda de ropa o unos zapatos más cómodos. Los portones rechinan cuando los cierro y la oscuridad del container se vuelve más agresiva. A duras penas logro no tropezarme con los objetos que suelo acumular. Doy con las velas y la caja de fósforos. No demoro en encender las mechas. Con todo iluminado, me acerco a un asiento de madera en la esquina al lado de mi intento de colchón y cojo las cadenas que reposaban en él. Cuadro los hombros. Paso el metal casi oxidado por las agarraderas de las puertas, lo aseguro lo más que puedo, busco en mi bolsillo el candado y lo pongo. Me limpio el sudor de la frente al retroceder. Entonces lo oigo, ese aullido extraño en la lejanía, no como el de un can, es de algo peor, tal vez enfermo, gorgoteante, lastimero y con rabia contenida. Parece una bestia, quizás es algo peor. A este grito lastimero se le suman otros más. Se orquesta una letanía al cielo. Espero. Sé que rasguñarán mi vivienda, eso ya es algo común. Aprieto los puños para evadir el temblor. Mis piernas se tornan trémulas y doy un traspié.
Con cuidado me siento en la cama con los pies cerca del carbón metido en un balde de acero, ese que me sirvió para azar la carne. Junto los párpados, atraigo alguna melodía extraña e ignoro el pasar de las uñas, ese rechinido metálico que te pone los vellos de punta. Sacudo la cabeza. No. Nada podrá alivianar sus presencias. Jadeo y me hago un ovillo, abrazo con fuerza mis piernas y espero a que se cansen.
Pasa una hora y por fin se alejan, aunque sé que estarán atentos. No dejan que la fe se largue, puesto que saben que en algún momento por azares del destino tendré que salir con ellos allí, expectantes por verme. Aprieto el mango de mi hacha aún atada a mi cintura como si de este modo pudiese sentirme con más seguridad.
«Se irán, se cansarán y, al amanecer, ya no estarán».
Segunda parteUna cálida luz acaricia mi rostro y me insta a abrir los ojos. Me incorporo como puedo y, con esfuerzo, me dedico a mirar mi alrededor. Reconozco las paredes de un azul claro desgastado. Mi mirada esta vez se centra en mis manos, que están vendadas. La tela blanquecina está manchada por la sangre seca. Pestañeo y vuelvo a observar el techo. La bombilla parpadea y parece intensificar su luz. Suspiro.«¿Cuándo seremos libres?».Aprieto las manos contra mis muslos y apoyo el lateral de la cabeza en la gélida pared a mi derecha.—Quiet. —Los ojos verdes me buscan al otro lado de la habitación, los siento—. ¡Quiet!Vuelvo en sí y lo miro.—¿Qué ocurre, Peace?Alza la mano y me revela el yeso.—No soporté esta vez. —Presiona los labios—. E
Los huérfanos o jóvenes que no encontraron a sus familias han sido acogidos por la milicia con el fin de entrenarlos para reducir el crecimiento exorbitante de aquellas criaturas que parecen representar el último paso de la humanidad.No solo serán entrenados, también serán sometidos a experimentaciones en donde se intentará unir el ADN de aquellas criaturas con sus instrucciones genéticas, de este modo podrán combatir contra ellos, ser más fuertes y poder brindar una protección adecuada. Todos los jóvenes informados al respecto toman la decisión por voluntad propio. El que no desee participar en estos experimentos, será entrenado como un militar común.Según los científicos que están a cargo, es muy posible que la unión de ambas estructuras genéticas sea posible, pero el riesgo será muy alto.
Reviso el estuche y paseo los dedos por el rígido cuero que lo cubre. Lo abro con un suspiro y resoplo al hallar en su interior un fusil de francotirador sobre una tela rojiza y vieja. El resoplido no es de indignación, es de dolor al saber que lo utilicé en antaño, que lo desarmé y limpié con Peace al tanto de todo lo que hacía para regañarme cuando era necesario e instruirme en cada parte que desmontaba. Las lágrimas vuelven a ser desbordadas. Esto es lo que obtengo cuando le asesiné bajo su voluntad, y es un regalo amargo. ¿Ya nada me ata a él? No, me equivoqué. Esto lo hace, me encadena más a las memorias donde su figura está involucrada. Esta es su forma de decirme que su recuerdo no se irá de mi cabeza hasta que logre renunciar a este rifle. Es una Barrett M82, un fusil de francotirador de alta potencia. Es semiautomático. Se suele utilizar para incluso traspasar el blindaje de un tanque, por ello también es acuñado como la perfección antimateri
Me recibe con sus orbes fijos en mis rasgos. Me dejo caer de rodillas frente a él y le regalo esa sonrisa que solía darle cada vez que cometía un error. Se sienta en sus patas traseras y eleva sus brazos. No me toca, solo intenta hacerlo. Lo obligo a que sus ásperas palmas se paseen por mis mejillas en ese gesto que hacía cuando se despedía de mí en mi niñez. Comprende por fin. Se separa con un resoplido y, por último, berrea con fuerza.Cierro los ojos.No quiero ver su tristeza y ese resquicio de padre que aún conserva.Golpea sus puños contra la tierra, da vueltas en su eje y tira piedras para reflejar su ira. Se calma después de destrozar lo que halla a su paso y me ve afligido. En el reflejo de sus pupilas veo al hombre que me crio con tanta paciencia, con tanta devoción…Pongo mi mano con los dedos extendidos a la altura de mi corazón.Son
«Reprimo un sollozo al verificar su pulso. Nada, se ha ido. Me apoyo contra su pecho sin soltarlo. Mi estómago se revuelve al alzar la vista y pasearla por el lugar lleno de cadáveres que alguna vez fueron mis amigos. Me muerdo el interior de la mejilla, estabilizo los movimientos erráticos de mis hombros y lo observo.Aprieta los puños al darse media vuelta.—No es tu culpa ni la mía. Nos esperaban y nos hicieron una emboscada. La milicia ni siquiera fue capaz de reconocer el terreno antes de enviarnos.Le cierro los párpados a mi camarada caído y no dejo de llorar.—Me iré —espeto.Se gira con el rostro pálido.—¿Qué? No puedes hacerlo…Se calla cuando nuestros ojos se entrelazan.—Me iré».Aprieto la insignia en mi palma mientras Sam está distraído.Parpadeo y la vue
Me limpio la cortadura que me hice para escapar de los esperpentos. Una mueca prevalece en mi cara mientras paso el retazo de tela por la herida semiabierta, pues hice un intento de coserla. Mis dotes de primeros auxilios cuando los hago en mí no son tan buenos. Me vendo con cuidado a la vez que reviso las contusiones a lo largo de mi abdomen. Sam hace lo mismo con sus heridas ya sin puntos, los cuales quité hace un par de horas. La herida de bala ha dejado una profunda cicatriz. Se puede ver de lejos.Enfoco la vista en el crepitar de la madera. Sé que en algún momento dado esta relación casi romántica tendrá que llegar a su fin, que este lugar tendrá que desvanecerse y que cada uno se irá por su lado. Él será arrastrado por los militantes o, en consecuencia, decidirá dejarme atrás para cuidarme. Mientras tanto, yo buscaré un nuevo sitio donde quedarme y quizá tambi&eacut
Último capítulo