Anya, la aprendiz del mafioso
Anya, la aprendiz del mafioso
Por: Tina Royal
Capitulo 1. Un camino peligroso

Mikhail estaba de un pésimo mal humor esa noche, a pesar de que fuera de esa oscura habitación dentro del bar de uno de sus contactos locales se podían oír música, voces alegres y risas.

Había tenido que hacer un viaje repentino y fugaz a una región perdida de su país natal, que le traía malos recuerdos, para resolver en persona un "problema".

Uno de esos problemas con forma humana, imprudentes y de lengua ágil, demasiado ágil como para saber estarse quieta y sin hablar cuando debía.

No toleraba el lugar, pero seguía órdenes.

Y al fin y al cabo, toleraba aún menos la traición.

Deseaba terminar rápido con ese mal trago, salir de ese hoyo y regresar a su hogar en avión para acostarse con alguna de sus amantes y sacudirse esa pesadumbre de la nostalgia.

Anya se movía con habilidad de "barwoman", adquirida con la práctica de la necesidad, en la barra del bar en el que trabajaba, en una noche tan corriente como todas las de las últimas semanas. No ganaba mucho, pero era lo suficiente para pagar parte de los gastos, y no necesitaba un título de física nuclear para servir copas a unos cuantos sujetos ebrios.

Por lo general, ninguno se propasaba con ella, que se vestía lo más cubierta que podía para evitar el acoso. Ya tenía malas experiencias de su pasado, como para sumar algo más.

Sin embargo, no era fácil ocultar un físico como el suyo.

Por las venas de la joven corrían ríos de sangre guerrera y poderosa, algo que se evidenciaba en un cuerpo alto pero ágil, con curvas generosas a pesar de la escasez de recursos y un cabello negro con rulos singulares, que ocultaba en un rodete en su nuca.

Evitaba mirar a los ojos a sus clientes, para no evidenciar el azul profundo que brillaba en sus pupilas. Por eso, pese a estar bajo techo y en un lugar cálido, Anya vestía pantalones negros, chaqueta de mangas largas y una gorra.

Eso solía ser suficiente para que la atención de los clientes se concentrara en las mujeres que se movían con sensualidad en un escenario desvencijado, y por unos pocos billetes.

Uno de los clientes, que había bebido en exceso, un vodka tras otro como si fuera una esponja, se puso particularmente molesto cuando Anya estaba ocupada en servir a otro hombre, así que en un rapto de violencia, se arrojó por encima de la barra, tomó el contenido de una coctelera y se la arrojó a la sorprendida joven, antes de ser duramente reprimido por un par de guardias.

Ella suspiró.

-Genial, ahora apesto a alcohol y la chaqueta es un desastre, no puedo seguir así, tendría que ir a cambiarme a casa.

Se volteó en todas direcciones buscando a su jefe, pero no lo encontró, así que dejó un momento su puesto.

-Ilya, por favor, vigila la barra unos segundos, tengo que quitarme este desastre. Buscaré al jefe, a lo mejor hay alguna chaqueta olvidada que pueda usar…

El guardia asintió recio, mientras ella buscaba en las habitaciones al dueño del bar, quitándose la chaqueta en el camino, intentando sacudirla.

Era raro que no estuviera en su oficina ni en el cuarto de empleados, hasta que escuchó voces provenientes del depósito y se acercó allí.

Pero no estaba preparada para lo que vería a continuación.

En medio del cuarto, un hombre hecho añicos estaba sentado sobre una silla, rodeado de un charco rojo que parecía crecer a cada segundo. Ella apartó la vista enseguida del desagradable cuadro, para toparse con una imagen tal vez más impactante.

De pie, al lado de su víctima y con un cuchillo en la mano, un hombre alto de ojos grises y cabello rubio como el sol, la observaba con una expresión feroz en su rostro tostado y de rasgos algo caninos pero armónicos y sensuales.

Anya no lograba decidirse entre sentir excitación o pánico, hasta que lo escuchó hablar y ganó lo último.

-Sujeten rápido a la mujer. Hay que eliminarla.

El jefe de la joven, agazapado en las sombras, con el rostro pálido por lo que había presenciado en la última media hora, decidió intervenir.

-Señor, le aseguro que Anya es de confianza, no le dirá nada a nadie, es discreta y trabajadora. Sabe cuándo quedarse callada.

Con una sonrisa sarcástica, Mikhail miró al hombre casi moribundo a su lado antes de decir:

-A diferencia de este imbécil…

Luego fijó su vista en Anya, que ya estaba con dos de los subordinados aferrándola. Una chaqueta húmeda de tela vaquera oscura colgaba de su mano. Vestía unos pantalones negros, ceñidos a unas caderas onduladas y deseables, y una camiseta también negra, sin mangas, que dejaba adivinar uno pecho amplio y brazos fuertes. Sin embargo, el hombre se fijó en sus ojos, de un azul irreal, familiares…

Ella estaba congelada, dejando que la mirada de ese hombre brutal la recorriera de arriba a abajo… había algo en él que la atraía como un imán.

El olor metálico de la sangre a sus pies, en contraste con el costoso traje negro, la barba perfectamente recortada y el cabello impecable.

Estaba aterrada, pero podía sentir cómo una sensación extraña se apoderaba de su cuerpo.

-De acuerdo… Anya. Al parecer hoy no es el día de tu muerte. Espero que seas lo suficientemente inteligente como para no abrir esa linda boquita que tienes. Ya has visto lo que pasa con los que hablan de más. - pero al mirarla otra vez, atraído por ella, agregó relamiéndose-. Aunque tal vez contigo podría ser… diferente.

Un escalofrío la recorrió a lo largo de su columna vertebral. No podía hablar.

Entonces su jefe intervino por ella:

-No dirá nada, señor. Se lo aseguro. No le agrada meterse en problemas…

Anya carraspeó, y por fin pudo decir algo:

-No… no diré nada… a nadie.

El hombre sonrió:

-Bien, Anya… vete a casa.

Ella miró a su jefe, que asintió con la cabeza.

-Está bien, vete ahora.

Con las piernas aún temblando por el miedo, la mujer salió del bar por la puerta trasera y desapareció por las calles vacías de la noche.

Eran dos horas más temprano que su horario de salida habitual, por lo que no la esperaban en su casa, donde vivía con su padre y su hermana menor, Sonya, una niña de diez años que dormía mientras Anya se esforzaba por conseguir dinero para sus importantes medicinas.

Sin anticipar su llegada, su padre, que discutía acaloradamente con su amigo, se quedó en silencio apenas la vio, haciéndole señas a su interlocutor.

Chekov, se giró para mirarla, con visible fastidio.

-Llegas temprano, hija.

Ella miró a los dos hombres, tratando de comprender lo que había sucedido.

-Mi jefe me permitió salir antes, tuve un problema con un cliente, y se me mojó la chaqueta.

Su padre le sonrió.

-De acuerdo.

Chekov se despidió.

-Me iré… pero volveremos a hablar.

-Adiós, amigo.

En cuanto se fue, la joven indagó:

-¿Qué pasó aquí? ¿Algún problema?

El hombre suspiró.

-Esperemos que no. Pero necesitaré que hagas algo por mí.

-Me estás preocupando…

Él buscó en un viejo cajón una pequeña caja alargada de madera y se la entregó.

-Escucha, Anya. Espero que nada pase, pero aún así, esto es importante. Tienes que ir a nuestro patio trasero, cavar un hoyo donde sólo tú sepas, y esconder esto allí.

-Pero…

La miró con una seriedad inusitada.

-Sin peros y sin preguntas, hija. Cuanto menos sepas, será mejor.

-De acuerdo, lo haré.

Pasaron apenas dos días, en los que Anya intentaba borrar de su mente lo sucedido esa noche, desde que entró al depósito del bar, hasta lo sucedido con su padre.

Algo había cambiado en su rutina, y en el aire, y no parecía el augurio de nada bueno.

Sus sospechas se cumplieron cuando, justo antes de irse a trabajar, su progenitor, herido mortalmente y cubierto de sangre, irrumpió en la pequeña sala.

-¡Papá! ¿Qué es esto? ¿Qué paso?... debo traer un médico…

Al hombre le costaba hablar

-No… no hay… tiempo… Anya… trae papel… te… daré una… dirección…

Ella se apresuró a obedecer. El hombre escribía mientras trataba de hablar:

-Tienes… que ir a Finlandia, con… con tu hermana… Ve a buscar a Kasparov, a la dirección que… te doy… No confíes….en nadie…

-¿Quién te ha herido? ¿No me dirás qué pasa?

-Kasparov tiene… que protegerlas… búscalo… vete ahora, despierta… a Sonya… y váyanse… no mires atrás, Anya… yo… ya estoy muerto… hija…

Ella comenzó a llorar. No deseaba perder a su padre. Había perdido y sufrido tanto en los últimos años.

¿Por qué todo se echaba a perder tan rápido?

La sangre de su padre lo rodeaba, extendiéndose a su alrededor, mientras el color y el aliento lo abandonaba.

Él tenía razón, tenía que irse, despertar a su pequeña hermana y huir de Rusia al país vecino.

No estaba segura de cuáles eran los negocios de su padre, pero algo malo había sucedido en su mundo y no podían seguir en ese barrio en las afueras de Viborg, en la región de Leningrado.

Tenía que buscar el modo de cruzar clandestinamente a Finlandia, junto con la pequeña Sonya.

Anya se estaba yendo a la habitación, a buscar unas pocas cosas y despertar a la niña, cuando el localmente conocido traficante, Jasha, abrió la puerta de su hogar con una poderosa patada.

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