Prohibido beber, por orden de tu amante.

 

Cuando Derek llegó al parqueo arrastrando a Scarlet, que se tambaleaba como una marioneta borracha, encontró a Lioran, su beta, y a Raiden, su primo y actual regente militar de la manada, esperándolo junto a un coche de vidrios polarizados.

Ambos la miraron de pies a cabeza. Scarlet, con el vestido torcido, el maquillaje a medio camino de un desastre y una sonrisa bobalicona, parecía todo menos peligrosa.

—Es... una humana de lo más normal —murmuró Raiden por el vínculo mental, cruzando una mirada con Lioran—. Ojalá no sea problemática.

No lo decía por desprecio, sino por experiencia: los humanos rara vez aceptaban el lazo con un lobo. Más del ochenta por ciento de esas uniones terminaban en rechazo… o en tragedia.

—Alfa —dijeron al unísono en voz baja cuando Derek se acercó, pero el gruñido que salió del pecho de su líder los hizo retroceder un paso.

#Par de inútiles. No vuelvan a llamarme “alfa” delante de mi luna. Desde este momento, solo soy un hombre desempleado. Un guardia de seguridad del club Dalí.#

#¡Alfa! ¿Guardia de seguridad de mi club?#, repitió Reiden como si aquello fuera descabellado.

#¿Acaso no escuchaste?#, rugió Derek.

Los dos se quedaron calladitos mientras Derek abría la puerta trasera del coche y ayudaba a meter a Scarlet, que no dejaba de murmurar incoherencias mientras pasaba las manos por todo el interior.

—¡Woooow! Este taxi es demasiado glamuroso… ¿Tiene luces ambientales? ¡Y huele a dinero! —exclamaba ella, totalmente ebria, acariciando los asientos como si fueran de peluche.

—Es el coche de un amigo —mintió Derek, con la paciencia de un santo y la cara de piedra—. No tenía dinero para el taxi, así que le pedí que nos llevara a casa.

Desde el asiento delantero, Lioran y Raiden, que observaban por el retrovisor, contenían las carcajadas. Ver al gran Derek Laurent, el lobo alfa supremo más temido del continente, actuando como un civil pobre, era una joya impagable.

#¿De verdad va a adoptar el papel de hombre pobre?# preguntó Lioran, aún incrédulo.

#Si finges ser millonario, te acepta más rápido. Las humanas son materialistas.# intervino Raiden, como si hablara por experiencia propia.

Los ojos de Derek brillaron de inmediato. Su aura de supremacía estalló dentro del vehículo como una presión invisible. Lioran y Raiden palidecieron. Era como si el aire se volviera plomo y les aplastara el pecho.

#Mi luna no es como todas las humanas. La próxima vez que irrespetes a mi compañera, te arranco la lengua y la uso de llavero.#

#Alfa, no lo dije por mal. Es que me preocupa que solo te quede dos meses. Ya sabes qué pasará si no completas el vínculo.# justificó Raiden.

#Nada justifica que hayas comparado a mi luna con otras humanas. Abstente de hacer ese tipo de comentarios.# El rugido de Derek retumbó en la mente de Raiden.

—¡Tu orden es mi ley! ¡Lo siento, primo! ¡No debí hablar en plural! —respondió Raiden, bajando la cabeza mentalmente, casi como un cachorro regañado.

Derek, satisfecho, sonrió desde el asiento trasero.

—Al... —empezó a decir Lioran, pero se detuvo a tiempo. Se aclaró la garganta con torpeza—. Derek... ¿a dónde los llevo?

Derek se giró hacia Scarlet, quien estaba a medio camino entre la risa y el colapso. Le tomó el rostro entre las manos con suavidad, intentando enfocar su atención.

—Scarlet, necesito que me des la dirección de tu casa.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados y lo señaló con el dedo como si él fuera un sospechoso en un juicio imaginario.

—¿Y si eres un asesino glamuroso? ¿Por qué te daría mi dirección? Eres un extraño… No soy tan tonta... —balbuceó, hipando.

Derek presionó los labios, luchando con todas sus fuerzas para no reírse. Le encantaba. Ella estaba tan borracha que ni siquiera sabía si debía confiar en él, pero su terquedad era adorable.

—Scarlet... olvidaste que soy tu amante de pago.

Ella se quedó en silencio, antes de abrir los ojos de golpe.

—¡Eres mi amante!

—Sí. Lo soy.

—Entonces... —se acercó con una sonrisa tonta, casi infantil—... acércate, te diré mi dirección.

Derek obedeció. Se inclinó hacia ella, conteniéndose para no besarla, y ella le susurró la dirección como si le revelara un código nuclear.

Una vez fuera de la pequeña casa de Scarlet, Derek echó un vistazo a su alrededor con el ceño ligeramente fruncido.

El lugar era sencillo, casi escondido entre los árboles como si quisiera pasar desapercibido. Pero lo que más captaba su atención no era la casa… sino que estaba tan cerca de su manada que no comprendía cómo no la había percibido antes.

—¿Dónde está esa maldita llave? —mascullaba Scarlet mientras revolvía su bolso con movimientos descoordinados.

Cada tanto, su cuerpo se inclinaba peligrosamente hacia atrás, como si el viento fuera a llevársela. Derek, paciente y con una ceja alzada, extendía los brazos para sujetarla por los hombros cada vez que parecía que iba a besar el suelo.

#Nuestra luna es tan tierna...# ronroneó Yeho, su lobo interior, como un idiota enamorado.

Derek reprimió una sonrisa. Su lobo estaba completamente embobado con esa mujer inestable y ruidosa.

—Si te caes otra vez, te amarro con la correa del bolso —le advirtió Derek en voz baja, mientras la sujetaba una vez más.

—¡Lo encontré! —gritó Scarlet victoriosa, sacando una llave como si fuera el Santo Grial.

Cuando por fin entraron, Derek no le dio tiempo ni de orientarse. La cargó en brazos con facilidad, como si no pesara nada, y antes de avanzar hacia el interior, le dio una pequeña mordida en la punta de la nariz.

—¡Auch! —gimió ella, sorprendida, llevándose la mano a la cara.

—No tienes permitido beber. Te lo prohíbo como tu amante. No eres tolerante, y con dos tragos ya hablas con las plantas —la regañó Derek con fingida seriedad.

Ella solo rió como si le hubiera contado un chiste.

—Estás hermoso para ser un amante de pacotilla... —susurró, ya medio dormida.

Derek negó con la cabeza, divertido. Sabía que, probablemente, no recordaría nada al despertar. Pero eso no le impedía disfrutar del momento. Actuaba por instinto, por deseo reprimido y por ese vínculo que ardía en su interior como una llama incontrolable.

Entró directo a la habitación, la recostó en la cama con cuidado, le quitó los zapatos y la observó por unos segundos. Su luna. Aunque no pudiera marcarla todavía… ahí estaba.

Sin pensarlo mucho, se inclinó sobre ella, apoyando los antebrazos a cada lado de su cabeza, sin dejar caer su peso.

Scarlet parpadeaba lentamente, con la mirada nublada, hasta que su mano rozó el antebrazo de Derek.

Y entonces lo miró. Directo. Como si un rayo la hubiera despertado.

—¡Eres un hombre bestia! —espetó, espantada—. ¡Tu temperatura corporal es altísima! ¡Vete! ¡No quiero nada con hombres bestia, son unos salvajes!

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