Me levanté del sillón con desgana. Ya había desayunado, me había aseado y vestido con un agradable vestido que me había comprado la semana anterior.
Caminé sin demasiado ánimo hacia el recibidor, percatándome de la hora, como siempre demasiado temprano, pero así debía serlo, ya que debía ir al trabajo en bicicleta, mi otro amado medio de transporte. Aquella semana la señora me había prestado una para que la usase, en vez de ir caminando, y no me parecía mala idea la verdad, era mucho más rápido que ir caminando y me agradaba sentir el aire en mi rostro cuando conducía sobre ella a gran velocidad.
Miré hacia el espejo y me percaté de que mi cabello estaba demasiado sucio, debía haberlo lavado en vez de haber gastado ese tiempo en depilarme las piernas, podría haber usado un pantalón vaquero o cualquier otra cosa en vez de aquel vestido… No tenía tiempo para compadecerme de ello. Agarré una gomilla de mi muñeca y me hice una cola, luego me hice con el espray de la laca y lo espolvoreé aquí y allá para que diese un aspecto más cuidado.
Salí a la calle con mi recién adquirida bicicleta, aquel día sería un buen día reconocí, pero justo al cruzar la calle me percaté de que llovía. Maldije por lo bajo mientras continuaba mi camino, ya no tenía tiempo de volver atrás y coger un chubasquero, o de ir caminando al trabajo bajo un paraguas, y bajo ningún concepto cogería un autobús o un taxi, ya había tenido malas experiencias con ellos, la mayoría de las personas de aquel país no hablaban bien inglés e insistían todo el tiempo en hablar coreano, y realmente odiaba hacerlo.
La gente corría de un lugar a otro a resguardarse de la lluvia, que seguía apretando con fuerza, mientras yo seguía pedaleando hacia la tienda. Incluso los coches iban a toda prisa, mojándome a su paso y manchando mis ropas de barro. En aquel momento estaba realmente cabreada con el mundo entero, pues mi hermoso vestido estaba quedando para tirarlo directamente a la b****a.
Llegué a la tienda casi 1 hora después, la señora se sorprendió mucho de verme en el estado en el que me encontraba…
Abrí el paraguas y caminé calle abajo hacia el gran centro comercial que no estaba lejos de allí, pretendía comprar algo y cambiarme rápidamente, no podía perder tiempo en ir a casa y aunque fuese a casa no serviría de nada pues no tenía prendas que usar.
Entré en la primera tienda que vi, era demasiado cara, pero no me importó, tenía dinero ahorrado y hacía bastante que no compraba nada elegante para mí, realmente amaba la moda en mi país, era una pena que esa parte de mí hubiese cambiado.
Agarré algunas prendas y pasé al probador, me compraría algo para aquel día y algunas cosas más para más adelante, era una pena dejar todas aquellas preciosidades en la tienda.
Salí de aquel lugar con los bolsillos un poco más vacíos y con mi nuevo atuendo resplandeciente. Me miré en uno de los espejos del centro comercial y quedé maravillada por el resultado. Tenía el cabello atorado en una cola alta, una camiseta negra, un pantalón de cuero, una chaqueta de lentejuelas en tonos verdes, azules y dorados sobre mis hombros, y agarraba un hermoso bolso de Boitons.
Caminé de regreso a la tienda de café, ya no llovía, así que guardé el paraguas en el bolso. Era difícil caminar con aquellos recién adquiridos tacones de punta fina que acababa de comprar, pero realmente quería volver a llevarlos.
Me paré en seco, frente a una tienda de maquillaje, al percatarme de que tenían ofertas en labiales, entré en la tienda sin tan siquiera pensarlo y me pillé algunas cosas que necesitaba, incluso me maquillaron con los productos.
Cuando entré por la puerta la señora no me reconocía, la verdad era que estaba realmente irreconocible.
Sonreí complacida, mientras admiraba como algunos clientes entraban en la tienda. Me dirigí hacia mi puesto de trabajo pero la señora me detuvo.
El día había sido largo, pero mi turno en la cafetería había terminado antes de que hubiese amanecido. Caminaba por las calles, sin poder creer la petición de la señora, con la mirada fija en mi reproductor mp3, no lograba encontrar la canción que me apetecía escuchar y eso me frustraba bastante. Intenté buscar por carpetas, y entonces la encontré, la seleccioné y guardé el aparato en mi bolsillo mientras bajaba las manos y me dejaba embriagar por aquella canción que tanto me transmitía en aquel momento, mientras caminaba de vuelta a casa con mi bici al lado. Pensando en una extraña sensación que había tenido con un cliente…
“Un hombre maduro, de unos 35 años, entraba en la tienda. Ni siquiera me percaté de su aspecto en aquel momento, tan sólo esperé de pie a recibir su orden.
Me paré en seco en medio de la calle, no entendía que significaba aquella extraña sensación, pues yo nunca, desde mi llegada a aquella ciudad había tenido el más mínimo interés en ningún hombre, no después de todo lo que dejé atrás.
Aquello era curiosidad, no era nada más que eso. Tenía interés por saber su aspecto, ya que Sara no solía dejarse sorprender por la belleza de los coreanos.
Apenas acababa de dejar de pensar en ello, cuando me percaté de que había llegado a casa.
Guardé el reproductor de música en mi bolsa, y caminé adentrándome más y más en mi hogar.
Me cambié de ropa, y me puse algo cómodo, aún era demasiado temprano para cenar, así que encendí la tele para ver un episodio de Poporo.
Me acomodé sobre el sofá y por primera vez en todo el día comencé a reír, aquel estúpido pingüino era demasiado divertido.
Agarré el bote de chuches que había sobre la mesa y me metí algunas en la boca. Mientras observaba como Kity se subía al sofá de un salto y se acurrucaba en mi regazo.
Sonreí aliviada, al menos tenía a alguien a quien dar mi cariño. Pronto, y sin percatarme de ello siquiera, mis lágrimas comenzaron a salir.
Me levanté de un salto, asustando a mi gata, la cual me miraba con cara de malas pulgas, apagué el televisor y me dirigí a la cocina. Ya no me apetecía cenar, tan sólo quería salir de aquellas cuatro paredes.
Abrí la puerta de casa y salí a la azotea, ni siquiera me había cambiado de ropa, pero no me importó. Al sentir la suave brisa nocturna de Seúl me calmé.
Sonreí aliviada, mientras me acercaba a la barandilla, admirando las hermosas vistas que tenía desde allí.
La verdad era, aunque no lo reconocía abiertamente, que me encantaba vivir en aquel lugar.
Podían verse miles de luces en aquella oscura noche, podía escucharse el bullicio de la gente, el tráfico, la brisa,… aquello me traía paz.