El mundo de Luciana se detuvo. Sintió que el aire le faltaba, como si de repente toda su vida hubiera sido una mentira. Miró a su padre en busca de alguna negación, pero él simplemente bajó la cabeza, confirmando lo que su madre acababa de decir.
—¿Qué? —murmuró Luciana, con la voz entrecortada—. No… no puede ser…
—Te adoptamos cuando eras apenas un bebé —explicó su madre, tratando de mantener la compostura—. Tus padres biológicos… no podían cuidarte. Nos dejaron a tu cargo cuando tenías seis meses.
Luciana sintió como si la tierra se desmoronara bajo sus pies. Todo en lo que había creído hasta ese momento se desmoronaba frente a sus ojos.
—¿Por qué nunca me lo dijeron? —gritó, con lágrimas brotando de sus ojos. Se sentía traicionada, perdida. Miró a Alejandro, buscando en él algún tipo de explicación, pero él simplemente la miró con tristeza.
Su madre se acercó para abrazarla, pero Luciana la apartó, demasiado dolida para aceptar cualquier consuelo.
—No sabíamos cómo decirte, cariño