25. Tú eres mía, Valeria
El sonido del cristal al romperse contra el suelo parece una especie de punto final, un momento en que todo lo que estaba acumulándose entre nosotros llega a su clímax. La copa de whisky hecha añicos refleja la fragilidad de lo que Vicente y yo hemos estado manteniendo juntos durante tanto tiempo. Me quedo quieta, mirándolo mientras intenta desesperadamente sostener algo que ya no puede controlar: yo.
Sus manos buscan las mías, y aunque su toque siempre ha tenido ese poder magnético, esta vez no siento la misma atracción. Siento algo más, algo que nunca antes había sentido con Vicente: lástima. Porque ahora veo a un hombre que, por más fuerte y temido que sea, está completamente perdido. Su necesidad de control, de poseerme, ha acabado con él.
Me aparto suavemente, mis dedos deslizándose fuera de su agarre, y sus ojos se oscurecen con una mezcla de ira y desesperación.
—No puedes hacer esto, Valeria —su voz es baja, pero hay un filo peligroso detrás de esas palabras. Me doy cuenta de