Capitulo 2: Pequeños fragmentos

La mesera, luego de que Amanda pidiera también su plato típico de ensalada cesar, y entre la pareja escogiera un buen vino, se alejó con la orden.

—Tanta fanfarronería para terminar pidiendo lo mismo, el típico filete de miñón — reía Amanda.

—Hay cosas en la vida que siempre son buenas, aunque estén en distintas presentaciones, un buen filete de miñón, por ejemplo, son uno de esos gustos que siempre te dejarán satisfecho — Sebastián suspiró, y luego prosiguió —. Tú también te has decantado por tu fiel ensalada cesar.

—Pues claro, querido. Siempre bailo al ritmo que me toques, siempre estaré allí, a tu lado, ¿no es así? — preguntó Amanda rápidamente.

Sebastián, luego de hacer una muesca con su cara, respondió con sinceridad:

—Pues sí, la verdad es que si… supongo que sí.

—Entonces, si mi novio pide su plato favorito en nuestro tercer aniversario, siendo lo tradicional en nuestras citas, pues, no me voy a poner a inventar a pedir algo exótico para mí, ¿no crees?

Amanda sacaba conversación.

—Sí, mi amor. Supongo que tienes razón, aunque bueno, si lo piensas bien… — se dibujaba una leve sonrisa en la comisura de los labios de Sebastián.

Amanda, al notar este gesto se sonrojó un poco.

—Sebas… ¿Si lo pensamos bien qué? — preguntó aun creyendo saber hacia qué dirección apuntaba el tono de voz de su novio.

Sebastián se reclinó un poco en su silla, y dijo un poco sonriente:

—Siempre eres tú la que nos motiva a aventurarnos, a hacer cosas exóticas; supongo que eso es algo que me atrae locamente hacia ti — Sebastián, estaba siendo honesto.

Estás últimas palabras sonaron como una fila armónica en los oídos de Amanda, que suspiró un poco pero hizo como que si fuera normal para ella, para seguir la conversación sin caer en romanticismo.

—Entiendo… pero… si lo piensas bien, tu nunca me dices que no, bueno, casi nunca — Amanda se colocó una mano en su barbilla y miro hacía el techo como recordando algo.

Sebastián, que en su memoria recordaba siempre aventurar con su novia, no lograba recordar alguna de estas ocasiones en la que se negaba, sabía que lo había hecho, más no cuando, y se animó a preguntarle:

— ¿A ver ¿ Dime alguna de esas ocasiones…

Amanda luego de pensar un breve momento respondió:

— ¿Recuerdas aquella vez que rentamos unas bicicletas para pasear por la ciudad? — Amanda miraba a Sebastián y se apoyó sobre la mesa.

Sebastián afirmó con su cabeza.

—Si, si, claro, cómo no, la pasamos muy bien ese día — respondía con naturalidad.

—Esa vez te reté a una carrera en el barrio Valle Verde, ¿sabes? El que está al lado del barrio chino, en serio quería ganarte, y te acobardaste, ¿eres gallina o que? — Amanda, pregunto esto último con un tono burlón, le gustaba mucho retar a Sebastián.

Por lo general, está pareja era muy competitiva, y gozaban mucho de su competencia sana en cualquier ámbito.

Sebastián, recordó claramente aquella ocasión.

—A ver, primero que nada — levantó su dedo índice y su voz imitaba a la de un profesor — las gallinas no son cobardes, son animales súper valientes te lo he dicho…

—Por favor, gallina, te dije — Amanda seguía mofándose

Ambos rieron, estaban disfrutando la conversación, Sebastián siguió con su explicación.

—Segundo, seguramente me sentía mal en ese momento físicamente, indispuesto, agotado, cualquier impedimento obvio…

Sebastián, estaba mintiendo, pues la razón por la cual se negó a entrar en ese barrio, es porque el no tenía control de esa zona, era realmente peligroso exponerse en esa localidad así, y prefirió evitarlo, y termino diciendo:

—Y tercero, pero no menos importante, tú y yo sabemos que te patearía el trasero tan fuerte en esa carrera, que no podrías defecar en una semana — Sebastián terminó con una carcajada que contagió a su pareja.

—Ay, por favor, ¿Por qué eres tan imbécil a veces? — Amanda preguntaba de forma coqueta.

—Es tan simple esa respuesta, me pongo imbécil por qué así me tienes tu, imbécilmente enamorado de ti.

Sebastián clavó una mirada profunda en el rostro de Amanda, que no pudo evitar sonrojarse.

—Ay, por favor, ¿de cuándo acá eres tan romántico? Que cursilería… — Amanda apretaba sus labios.

En el fondo, le encantaba que le hablara así, que la mirara así, pero se sentía un poco insegura mostrándose dócil, y mantenía su postura firme cada vez que podía, hasta sucumbir frente a él en la intimidad.

—Yo soy un romántico empedernido, por Dios, solo tu no lo ves — reprochó Sebastián.

—Ay, ¿a quién quieres engañar Sebastián?, por Dios santo — Amanda abrió los brazos y miro hacía ambos lados —. Por lo general olvidas los días importantes, no regalas rosas, ni flores, no quieres casarte, no te gusta el día de San Valentín, no…

Sebastián la interrumpió.

—Eh, eh, eh — extendió su mano hacia Amanda, poniendo el dedo índice casi en su cara — un momento, solo considero que son fechas y tonterías que no representan el verdadero amor, para mí, esto — la misma mano que tenía casi al frente de la cara de Amanda la bajo despacio hasta posarla sutilmente sobre la de ella que estaba postrada sobre la mesa — esto, es lo que realmente importa, un día, un momento, una ocasión, una carrera de bicicletas, que me digas cobarde, que yo te diga mandona, pequeños momentos, fragmentos de felicidad que paralizan el tiempo, que son solo nuestros, y que durarán toda la vida, más que una rosa, más que el papel de un matrimonio, esto que sentimos, trasciende sobre eso, Amanda, yo…

Sebastián apretó un poco la mano de Amanda, y luego de un suspiro la miro fijamente a la cara. El ritmo cardíaco de Amanda aceleraba a revoluciones descomunales, parecía sentir calor repentino, después de que 3 años, ¿sería posible que?

—Amanda, yo te amo.

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