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Capítulo 48: El primer paso

Maxime

El silencio de la habitación me ahoga. El escritorio es demasiado grande, demasiado vacío. Mis dedos tamborilean nerviosamente sobre el escritorio, mis pensamientos giran, se chocan como olas. Léa. Solo ella. He intentado concentrarme en el trabajo, enfrentar mis responsabilidades, pero la imagen de su rostro, de sus ojos penetrantes, de sus labios que se mueven en silencio en mi memoria, me impide respirar correctamente. Ella me atormenta.

Nunca he estado tan incierto. Soy el líder de una empresa, un hombre al que muchos siguen, que algunos temen. Pero frente a ella... soy solo un hombre que ha arruinado todo. Y no tengo el derecho de perderla, no después de todo lo que he vivido.

Sin pensar, tomo mi teléfono. El dedo duda un instante, suspendido sobre la pantalla, antes de tocar el nombre que quema en mis entrañas. Léa. El teléfono vibra en mi mano como una señal de alarma, un último llamado a la acción. Cierro los ojos un momento, solo un segundo, y marco su número.

Con el corazón latiendo, llevo el teléfono a mi oído. El zumbido del silencio casi me hace tambalear, pero finalmente, suena el tono. Nunca he temido tanto una llamada en mi vida.

Luego, su voz. Léa. Ella responde, casi de inmediato, pero percibo una vacilación en su tono.

— ¿Maxime? —dice, un poco sorprendida, pero puedo escuchar esa nota de desconfianza, como una barrera que intenta erigir entre nosotros.

— Léa... Soy yo, Maxime. Quiero que hablemos.

Un largo silencio. Mi corazón se acelera, cada segundo que pasa me hace dudar. Ella no responde de inmediato, como si buscara las palabras, tratando de decidir si debe escuchar lo que estoy a punto de decir o poner un final brusco a esta llamada.

— ¿Qué quieres, Maxime? Escucharla de su boca me hace apretar los dientes. No tiene razón. ¿Qué es lo que realmente espero al llamarla?

Suelto un suspiro, el peso de los acontecimientos me trae bruscamente a la realidad.

— Solo quiero hablar contigo, Léa. Y esta vez, quiero ser honesto, sin falsedades, sin excusas. No voy a imponer nada, pero... no podía irme sin decirte lo que tengo en la cabeza.

— ¿Y qué tienes en la cabeza, exactamente? Tiene un tono seco, cortante, y eso me rompe, pero sé que tiene razón. Después de todo lo que he hecho, ¿qué tengo realmente para ofrecerle, si no son promesas vacías?

Cierro los ojos, enderezándome en mi silla.

— Sé que lo he arruinado todo, que mis acciones no merecen tu perdón. Pero... quiero demostrarte que estoy listo para cambiar, Léa. No solo por ti, sino también por mí. Solo quiero tener una oportunidad para mostrarte que no fue todo eso, que no fui yo. Que soy capaz de más.

Ella no responde de inmediato. El silencio se instala de nuevo, pesado, casi tangible. Me imagino su rostro, sus pupilas oscuras que me juzgan en silencio. Debe estar perdida entre el deseo de creerme y el miedo de ser traicionada de nuevo.

— ¿Por qué ahora? ¿Por qué no me llamaste antes, después de todo este tiempo? Sus palabras me golpean, pero sé que necesita entender.

— Porque no estaba listo, Léa. No estaba listo para enfrentar todo. Pero ahora lo estoy. Sé que tienes dudas, sé que ya no confías en mí. Pero quiero darte la prueba de que no he olvidado todo, que todo lo que he vivido, todo lo que he hecho, cuenta. Y debe contar para nosotros.

Un largo silencio.

Entonces, finalmente, su voz, más suave, pero aún teñida de desconfianza.

— No sé, Maxime... No sé si aún puedo creer en ti.

Siento el dolor en su voz, no es un simple rechazo, es una lucha. Quiere creerlo, pero tiene miedo.

— No te pido que creas de inmediato. Solo te pido una oportunidad, Léa. Una sola. Quiero demostrar que puedo ser el hombre que mereces.

Ella no responde de inmediato, pero el silencio no suena como un rechazo. Es una pausa, un momento en el que reflexiona.

— De acuerdo —finalmente dice, en un susurro casi inaudible—. Pero no te prometo nada, Maxime. Solo quiero que hablemos. Sin artificios, sin expectativas.

Cierro los ojos un instante, un suspiro de alivio se me escapa. No es mucho, pero es un comienzo. Un comienzo que nunca habría creído ver un día.

— Gracias. Gracias por darme esta oportunidad. No la desperdiciaré, Léa.

Ella cuelga, y me quedo allí, el teléfono aún en la mano. El peso del mundo sobre mis hombros, pero también la frágil esperanza de que todo no esté aún perdido.

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