Maxime
La noche es pesada, opresiva. Siento que el aire es más denso, como si el peso de la decisión que me espera lo estuviera cargando.
Estoy sentado en mi coche, estacionado a unas calles de mi apartamento. El expediente de Anton De Luca reposa en el asiento del pasajero, como una maldición silenciosa.
Quieren que lo mate.
No soy un santo. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso. He robado, manipulado, amenazado. Pero nunca he quitado una vida a sangre fría.
Y hoy, Moretti exige que cruce esa línea.
Saco mi teléfono y marco un número.
— Hugo.
Su voz es tensa, como si ya adivinara lo que le iba a decir.
— ¿Sí?
— Tenemos que hablar. Ahora mismo.
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El Peso de la Sangre
Hugo se une a mí en un bar discreto, un lugar donde nadie hace preguntas. Se sienta frente a mí y pide un whisky.
— Vamos, suelta el trozo.
Le empujo el expediente. Él lo abre, hojea rápidamente las páginas y silba entre dientes.
— Mierda. De Luca.
Asiento.
— ¿Lo conoces?
Hugo se reclina en su silla y se rasca la