Amor entre la Ceo y el monje tibetano.
Amor entre la Ceo y el monje tibetano.
Por: Mckasse
Amor a primera vista

La lluvia cae con fuerza sobre la gran ciudad de Nueva York.

—¡No, no, no!—se queja ella golpeando el volante.

Suzy Lenox Kim maneja su lujoso auto Peugeot con desesperación, tratando de evitar el tráfico con un atajo. Sin embargo, la calle está inundada por la obstrucción del sistema de alcantarillado por toda la basura acumulada que las personas tiran sin razonamiento durante el día y la noche, el agua alcanza el mofle de su coche, ahogándolo por completo.

—¡Me lleva el demonio! Debí quedarme en algún motel cerca del evento—murmura mientras trata desesperadamente que el auto vuelva a encender sin tener éxito.

Frustrada, venta del vehículo bajo la intensa lluvia con su paraguas, al instante sus costosos zapatos de Chanel color crema estaban empapados.

—¡Carajos, mis bebés!—Chilla del coraje al meter los pies en el charco de agua hasta los tobillos—Vamos Suzy, tu puedes—se alienta ella misma, con los efectos de los tragos de las casi treinta margaritas que tomó, su cabeza daba vueltas.

Toma lo más importante y abre su sombrilla. Empieza a caminar y sube a la acera, pero una ráfaga de viento la destroza.

—Mierda, no debería beber tanto. La cabeza me da vueltas.

Molesta, arroja la sombrilla al suelo y decide caminar hasta la estación del metro frente al Empire State a unos cuantos pasos de ella. Su apartamento está a unas cuadras pero con esa lluvia es imposible avanzar más por las calles.

Es casi medianoche. Viene de una feria donde expuso su nuevo medicamento para el autismo y otro para el síndrome de amanecer.

Baja los escalones hasta el andén 1 y espera que llegue el tren. El metro es tan solitario a esa hora que da miedo aveces.

Mientras espera el tren, tiembla muchísimo de frío. Se imagina envuelta en una manta calientita, con una taza de chocolate caliente en la mano. Pero en el presente, solo siente hambre, cansancio y el agua escurriendo de su ropa Prada.

—Por fin—murmura al llegar el tren.

El vagón al que sube está vacío, lo que la inquieta. Se sienta en el primer asiento que ve. Se dice a sí misma que en unas paradas llegará a su apartamento. Justo cuando intenta relajarse, tres tipos la rodean con sonrisas depredadoras. Con su ropa empapada de lujo, y por ser mujer es un blanco fácil. Además notan el olor a alcohol.

—Hola bebé ¿quieres compañía?—uno de ellos se le acerca.

Ella le ve algunos dientes negros.

Suzy sin decir nada se levanta y se mueve discretamente hacia otro vagón, pero los maleantes la siguen. Justo cuando se prepara para correr a la salida al sentir que el vagón se va deteniendo, uno de ellos la aprisiona por el brazo y evita que huya, el tren se detiene en la siguiente parada y entra un hombre con una mochila de viajero, y ropas sacadas de una reguera y encima empapado de la feroz lluvia de afuera, de cabeza rapada y con un porte imponente.

—¡Sueltame maldito!—le grita ella al tipo malo.

Suzy levanta la cabeza, ve pasar a su lado al hombre calvo como si fuera en cámara lenta, sus ojos azules se encontraron con los ojos negros azabaches del extraño, por un segundo siente un aura asesina en su mirar.

—¡Por favor...! ¡Umm!

Ella iba a pedirle ayuda, pero uno de ellos le tapa la boca. Los tipos lo miran de arriba abajo amenazantes y no hacen caso de sus casi dos metros y siguen acosando a la chica. Le quitaron la cartera de diseñador.

—¡Hija de puta! ¡Dame la maldita cartera!—le grita—Si dices algo te mato— cállate y no hagas un alboroto.

Los tipos la rodean por el hombro como si la conocieran.

—¡Por favor! —Gime en agonía al sentir un cuchillo en su vientre.

—¿Que vas a hacer chinita si no te la doy?

—¡No soy china estúpido. ¡Soy coreana! ¡Solo déjame en paz! Ya he tenido un día de m****a.

El joven con pinta de monje se queda mirándolos.

—¡Sigue tu camino inútil, no has visto nada! — le grita uno de ellos para intimidar al ver que los mira.

El recién llegado frunce el ceño y se da cuenta de la situación, dos ya tienen rodeado a la chica con cara de susto. Y nota El cuchillo en la mano del tipo.

—Disculpen, estoy perdido.

—A nosotros que nos importa.

En un descubierto. El sin pensarlo los empuja y se coloca entre Suzy y los delincuentes.

—Devuélvanla —dice con calma, refiriéndose al bolso.

— ¿Quien te crees que eres? ¿Bruce Lee?

Los maleantes intentan hacerse los desentendidos y los atacan.

—¡Púdrete pendejo de m****a!

Pero en segundos, el desconocido los reduce en menos de un minuto, con movimientos precisos y rápidos sin mucho esfuerzo.

—¡Ahhh!—chilla uno del dolor al ser embestido con los puños cerrados en un costado.

Siente cómodo se le quiebran sus huesos.

-¡Sí! ¡Mi brazo, idiota me lo rompiste!—se queja el otro.

—¡Maldito, monstruo!

El tercero se queda congelado del miedo.

—No se levanten. Tienen dos costillas rotas y el fémur y la muñeca, les aconsejo que vayan a emergencia o se quedarán lisiados.

Les dice con toda la tranquilidad del mundo.

Suzy observa, boquiabierta, cuando ve que los deja en el suelo, inmovilizados, el hombre la mira.

—¿Está bien, señorita?

Suzy parpadea varias veces antes de reaccionar.

—Sí... sí. Gracias, Señor ¿Cómo hiciste eso? ¿Eres un maestro de karate? ¿Un actor de películas de acción?

El hombre sonríe, apenas. Atrapado en su mirada azul le responde.

-No. Solo entrené mucho tiempo—levanta la cartera del piso y se la da—Es Kung-fu Shaolin, también sé Thai Chi y Sengueï Ngaro.

El tren se detiene en otra estación y los maleantes huyen tambaleándose. Suzy, aún atónita, se vuelve hacia su salvador.

—Déjame hacerte una transferencia para ayudarme. Dame tu número de cuenta.

Porque todo para ella se mueve con dinero. Hasta la buena voluntad de las personas.

—No uso cuenta bancaria. No es necesario. Hay que hacer el bien sin mirar a quien. Acabo de llegar a la ciudad—responde él con naturalidad.

—¿Y una tarjeta de presentación?

—Tampoco.

Suzy arquea una ceja. ¿Será una nómada?

—¿Y a dónde vas?

—Estoy perdido desde hace dos horas, pensaba ir a la estación de policías más cercana. Mis padres tienen una cafetería, pero me robaron y perdí la dirección junto con mi billetera—admite él como si no fuera nada del otro mundo.

Ella lo observa con curiosidad. Su rostro cambió, se ve más apacible. Tiene una presencia imponente, con un aura de tranquilidad inusual para alguien que acaba de noquear a tres tipos.

—Si quieres, puedo ayudarte a llegar a tu casa. La estación de policía está muy lejos —ofrece ella—. Mi apartamento está más cerca. Podemos buscar en el directorio la cafetería que buscas y te pagaré un taxi. Es lo menos que puedo hacer.

Él duda un momento, pero acepta con un leve asentimiento.

Salen de la estación y caminan bajo la llovizna. Él saca de su mochila lo que parece un trapo y cubre la cabeza de Suzy, ella nota que es una túnica para protegerla de la llovizna.

— Por cierto soy Suzy ¿De dónde vienes? ¿Como te llamas?—pregunta ella.

—Soy Tenzin. Vengo de un monasterio en el Tíbet. Estuve allí desde los diez años. Mis padres me enviaron con mis abuelos porque era lo que quería hacer. Mi madre se casó con mi padre, un inglés y se mudó a Nueva York.

—Vaya… Así que eres un monje guerrero. —Ella sonríe.

Tras diez minutos caminando, llegan al imponente edificio donde vive Suzy, a unas cuadras del Empire State. La torre de sesenta pisos tiene un diseño lujoso y moderno. Suzy entra con su clave de acceso y lo invita a subir al último piso, donde se encuentra su penthouse.

Saludan al portero un señor de algunos 52 años.

Ya en el apartamento.

—Espera aquí mientras tomo una ducha sinó me dará gripe —dice, entregándole una cerveza sin alcohol—. Es lo único que tengo.

Tenzin se siente incómodo. La modernidad del lugar lo abruma. Cuando intenta abrir la botella, se da cuenta de que no sabe cómo hacerlo. Se dirige a la habitación en donde entró Suzy para preguntarle, pero la puerta está entreabierta y, sin querer, la ve cruzar casi desnuda de la habitación al baño. Nunca en su vida ha visto a una mujer semi desnuda.

—Por los cinco preceptos budistas—murmura para él—No debí mirar eso, no debí mirar eso.

Sus mejillas se ponen rojas y, nerviosas, da media vuelta y se va de vuelta a la sala. Uno de sus preceptos es no tener mala conducta sexual.

Desde su habitación, Suzy le dice:

—¡Puedes usar el baño de la habitación de invitados y ponerte ropa de mi hermano. ¡Siempre deja algo cuando va de fiesta!

El frío empieza a molestarle, encima no quiere que ella lo vea erëctö, así que accede.

—¡De..de acuerdo! Gracias...

El entra a la habitación conjunta, con un estilo minimalista, deja la mochila mojada en el piso para no mojar tanto la alfombra. Entra por la siguiente puerta y queda sorprendido.

—Wao—murmura mientras se desnuda.

Su cuerpo estaba expuesto y por estar en una casa ajena se puso tímido pero debe encargarse de su problemita. Se reprende por tener pensamientos pecaminosos por una mujer que no es su esposa.

Nunca había estado rodeado de tanto lujo. Luego de adivinar como abrir la ducha, le cae agua caliente.

—¡Por buda!—gira la manilla desesperado y cambia a fria—¡Ahh!—trata de equilibrar la temperatura.

—Todo bien?—pregunta Suzi al escucharlo gritar.

—Sí, ya lo tengo controlado.

Se ducha rápidamente y se viste con ropa más cómoda que ve en un cajón aunque le queda un poco ajustado. El pantalón deportivo le queda como un guante. Optó por no ponerse ropa interior porque es muy pequeña. Así que sus partes íntimas se marcan debajo de la tela. Empieza a una camisa o camiseta de su tamaño, pero todas son buscar de colores o con brillo así que se toma su tiempo.

—Esto es un caos—dice mirándose al espejo con una camisa llena de palmeras y otra en la mano con diseño de hojas de marihuana. Se la quita y sigue probando.

Justo en ese momento, la puerta principal se abre. Jefferson, el hermano de Suzy, entra con dos mujeres que trajeron de un bar.

—Bienvenidas a mi casa, muñecas. Bueno, más bien de mi hermana.

—Es tan linda, bebé.

—Coman y beban, mi hermana creo que no vendrá por aquí hoy.

Detrás de ellos, llegan los padres de Suzy, Sena y George, quienes venían de una cena benéfica. Al ver la escena, los padres se enfurecen.

—¡Jefferson! ¿Qué haces trayendo mujeres de mala vida a la casa de tu hermana? —reclama Sena.

—¿Madre, padre?

—¡Largo de aquí!—ruge George a las mujeres.

Las mujeres desaparecen en un santiamén por la puerta.

Suzy sale en bata de baño y se encuentra con la escena. Las mujeres abandonan el penthouse sin mirar atrás.

—¡Lárgate con tus mujeres, Jefferson! —le grita Suzy, con el soplador en una mano y el peine en la otra, amenazante.

Sus padres aprovechan el momento.

—Por eso te lo digo. Suzy, es hora de que acepte el compromiso con John. Si te casas con él, Jefferson dejará de molestarte con sus excesos.

—No quiero casarme con John —responde, cruzándose de brazos—mejor le rompo la cabeza a mi hermanito y listo.

En ese momento, Tenzin sale de la habitación por la algarabía con una camisa en la mano y el torso descubierto, pensando que había entrado algún delincuente. Todos se quedan boquiabiertos al ver su físico. Alto, musculoso y con un tatuaje de dragón en la espalda y otro en el brazo derecho. Jefferson, impactado, casi deja caer la botella que llevaba en la mano.

—¡¿Qué mierdas, hermanita?!

—¡Suzy! ¿que significa esto?—ruge su padre con los ojos encendidos por la ira.

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