Unos meses después.
En la casa Moretti Greco.
—Niños, dejen que su hermanita duerma tranquila —dijo Ysabelle, mirando cómo Christian y Taddeo no se despegaban de la cuna.
Christopher llegando con el tetero.
—Yvanna, levántate, es hora de comer.
—Oye, apenas la acabó de acostar —dijo su esposa.
Christopher sacándolo con cuidado.
—La princesita de papá tiene que comer —dijo sentándose en la mecedora.
Ella sonrió feliz, los niños al lado de su padre; Taddeo le acariciaba la cabecita con cuidado, mientras que Christian le tocaba las manitos.
—Campeones, acuérdense de que cuando su hermanita esté grande, hay que cuidarle mucho de esos malos hombres que quieran robárnosla —dijo Christopher.
—Nadie se va a acercar a mi princesita —aclaró Taddeo.
—Si un niño malo se acerca, lo golpeamos —aclaró Christian.
—Así es, hay que proteger a Ysabelle Yvanna —aclaró su padre.
Ysabelle estaba riéndose.
—No le digas así —le pidió, al final, cuando nació; como era su viva imagen y solo heredó de su padre