Me alcé sobre mis codos y lo contemplé a Waldo tan largo era, majestuoso, formidable e inquietante, con el hocico alargado y la lengua tan roja y viril, los soplidos potentes y los pelajes que lo adornaban igual que una gran alfombra. Yo había leído que a ellos, a los licántropos, no le era difícil transformarse, porque lo hacían igual a otros animales en la fauna terrestre. El gato puede sacar, a su antojo, las garras, el hocico se alarga porque tiene músculos flexibles y se sostienen sobre los colmillos y las orejas se redondean al empinarse, pues siempre están dobladas. Ellos pueden controlar sus movimientos, incluso a su antojo y libre albedrío. Los animales en invierno son capaces de aumentar de pelaje, encimándose en sus poros. Y eso es lo que hacen los cánidos. Se erizan igual que un puerco espín y por eso se cubren de pelos y se hacen, además enormes como mastodontes.
Yo no creía, tampoco en los hombres lobo. Los sabía y los pensaba simplemente un mito, una leyenda, alg