-Un lobo me estuvo mirando ese día, era como si me conociera-, le dije a Waldo, boquiabierta y anonadada, recordando esa pincelada que se extraviaba en la nada de un pueblo escondido entre las lomas y los cerros pelados.
-"Furia" es el alfa de la manada-, sonrió Waldo.
-¿"Furia"?-, quedé incrédula.
-Sí, así lo llamamos a él porque es un cánido muy violento, malhumorado y no sabe controlar sus impulsos-, reía Waldo.
-Pensé que tú eras el alfa-, quedé desairada.
-Aspiro serlo, aún no estoy listo, quizás en el futuro-, me confesó.
-¿Por qué me elegiste a mí para ser tu hembra? ¿Acaso yo soy una mujer lobo?-, era una de las tantísimas dudas que me venían martillando la cabeza.
Waldo estalló en carcajadas. -Tú no eres una mujer lobo-, me dijo sin dejar de reírse. Me sentí mal. Yo hubiera querido ser también una cánido.
-¿Entonces?-, me embocé en mis hombros.
-Porque tienes mucho de lobo en tu espíritu, eres matriarcal, vehemente, intrépida, posesiva, audaz, m