Esa tarde salimos juntos Waldo y yo, después de terminar nuestro trabajo en el diario. Él me pidió que lo acompañara a una ferretería en el centro de la ciudad porque debía comprar algo urgente. -Hay ferreterías en todos sitios, por qué truenos tenemos que ir hasta el centro de la ciudad a comprar, a ésta hora hay muchos carros, gente y todo es un caos en el centro-, me extrañé y fastidié además. El tránsito era pesado, habían embotellamientos y las calles estaban colmadas de transeúntes saliendo de sus empleos, paseando, viendo tiendas, comiendo en restaurantes en fin, de todo, y yo detesto la muchedumbre, a mí me encanta la paz y la tranquilidad de los parques, la playa o simplemente caminar por calles desiertas sin andar tropezándome con alguien.
-Es que quiero comprar algo importante, que me hace mucha falta-, me dijo Waldo con un tono enigmático.
Yo ya había dejado de desconfiar de Waldo. No encontré ningún rastro de sangre en su auto lo que lo eximía de cualquier sospec