Un año después nadie se acordaba de la bestia ni del lobo de Alaska ni de los pobres hombres destrozados, hechos trizas y jirones y muertos a dentelladas. Habían otros crímenes en la ciudad, ajustes de cuentas y rivalidades por el dominio de tal o cual barrio que me encargaba de cubrir información para la edición impresa y nuestro portal de internet del diario. Alessia estaba a cargo de las denuncias de corrupción en el poder y que involucraban a Flanagan, el presidente de la república. El país estaba de nuevo en su rutina de siempre. Waldo y yo nos llevábamos de maravillas, además. Él estaba bien considerado en el área de deportes, hacía buenos reportajes y entrevistas y era muy respetado por deportistas y dirigentes. Había viajado, además, a diferentes países, siguiendo a la selección de fútbol y me daban gusto sus éxitos.
No habíamos hablado de matrimonio tampoco, aunque yo estaba segura que Waldo deseaba casarse conmigo ya, ya, ya. Se leía fácil en sus ojos, en sus tartamude