El piloto de la unidad móvil del diario se agachó y Cummings, que iba adelante, como copiloto, quedó aterrada, anonadada y estupefacta, viendo a Neagu abriendo la puerta de nuestra camioneta, apuntándome a la cabeza y jalando mi brazo para sacarme a la fuerza. Fue en ese preciso instante que reaccioné. Creo que fue el instinto propio de los lobos. Los licántropos se alzan y se empinan al peligro, aflora, entonces, su sexto instinto de conservación. Con la cámara que me había dado Cummings le di un terrible golpe en la cabeza a Neagu, con tanta furia, ira y fuerza que no solo la máquina se hizo pedazos, sino que le hundí el cráneo al cazador, haciéndole saltar grandes chorros de sangre. Neagu disparó su pistola, pero el balazo se fue al techo de la camioneta, pues el tipo estaba malherido, casi inconsciente, trastabillando agonizante, actuando también por instinto, luego del formidable golpe que le di con la cámara de Cummings en su cabeza.
Luego, sin pensarlo dos veces le di una