Capítulo 3

Era la primera hora de la mañana. El matrimonio Mendoza, Inés y Alberto desayunaban como de costumbre en la terraza de su hermoso hogar en Coral Gables donde habían vivido los últimos veinticinco años formando siempre una pareja estable y amorosa.

—Ya falta poco para el cumpleaños de Gabriel... —dijo Inés a su marido que ojeaba el periódico del día— estaba pensando en organizarle una pequeña reunión.

Alberto levantó la vista con gesto de desaprobación, pero cómo siempre con inmenso cariño asentado por cuarenta años de feliz matrimonio.

—Y… ¿ya le preguntaste a tu hijo qué opina?

—Mmm no. Pero no hace falta. Hace meses que pasó aquello con María Teresa y desde que volvió a casa está decaído, lo veo deprimido. Una pequeña reunión por su cumpleaños lo animará... Estoy segura.

—Tonterías, Inés. ¡Gabriel está muy bien! De hecho, esta mejor que nunca. Está más concentrado y sereno que cuando estaba en aquella relación —repuso Alberto con desprecio y muy seguro de sus palabras.

—Creo que confundes concentración con depresión. Créeme que no tiene nada que ver. Es sólo que no te das cuenta. ¡Esas cosas las vemos sólo las madres!

—Como digas, cariño —asintió Alberto con ironía evitando una discusión con su esposa—, De todas maneras, harás lo que quieras. Diga lo que diga te saldrás con la tuya —Dicho esto, dedicó una mirada de admiración a su esposa que a pesar de sus sesenta años seguía conservando la belleza que lo enamoró en su juventud, así, él también había tratado de conservarse lo mejor posible para ella, ambos se mantenían sanos y activos.

La voz de Gabriel los sorprendió al acercarse a la terraza.

—Buenos días —saludó a sus padres, se acercó primero a su madre dándole un beso en la frente y luego una palmada en la espalda a su padre para después sentarse frente a ellos en la mesa.

—Vas a salir por lo que veo —aseguró Alberto.

—Si. Voy a la casa de la playa con unos amigos. Probablemente no vuelva esta noche.

—Pero tendrás tiempo de desayunar… —agregó Inés— no me gusta que salgas sin comer, hijo.

—Sí, mamá, no te preocupes. Todavía me trata como un niño pequeño —dijo mirando a su padre con ojos llenos de complicidad.

—¿Ves cómo está muy bien? —interrogó Alberto a su esposa mirándola fijamente, pero señalando a su hijo.

—Perdón —interrumpió Gabriel— creo que me perdí de algo.

Aguardó divertido mientras se recostaba al respaldo de la hermosa silla de mimbre esperando una respuesta mientras, una joven del servicio se acercaba para servirle café.

—Gracias —dijo con una sonrisa divertido de antemano por la conversación que sabía que tendría con sus padres, los conocía bien y percibía que algo se traían entre manos.

—Tu madre dice que estás deprimido —soltó Alberto.

Gabriel dedicó una mirada incrédula a su madre.

—¡Yo no estoy deprimido! ¿De dónde sacas eso? —preguntó mirando fijamente a Inés.

—Al grano, hijo. Estamos en agosto.

—Aja... —asintió sospechando lo que su madre diría.

—Al final del mes será tu cumpleaños....

—Sí, eso lo sé —dijo más serio ahora seguro de la dirección que tomaría su madre mientras Alberto los miraba divertido sin intervenir.

Pues, que quiero hacerte una pequeña reunión para que celebremos. ¡Hijo, te hará bien!

—Ay, mamá... De verdad que sé de sobra que será inútil discutirlo. Sé que harás la fiesta sí de verdad quieres hacerla. Pero no la necesito.

—Eso mismo digo yo —intervino por fin Alberto.

—Pero quiero hacerla —insistió Inés.

—Está bien —dijo Gabriel en tono cansado— nada de lo que diga te va a convencer, ¿verdad?

Por la expresión de Inés, Gabriel supo que era un caso perdido, su madre haría esa fiesta estuviera de acuerdo o no. Derrotado aceptó con un gesto de conformidad que su madre celebró de inmediato.

—Gracias hijo —añadió Inés con una amplia sonrisa.

—Bueno —agregó Alberto—. Ya que tendremos una PEQUEÑA reunión —dijo Alberto recalcando la palabra pequeña— entonces tengo que pedirte que invites a nuestro nuevo socio, Iván Rivera. El dueño del astillero con el que estamos trabajando.

—Tienes razón —afirmó Gabriel mirando a Alberto con renovado interés— es bueno que estrechemos lazos con él, además es un tipo simpático, me agrada.

—¿Tiene esposa? —preguntó Inés mientras tomaba un sorbo de jugo.

—No. Es viudo desde hace bastante tiempo, pero vive con su hijo o hija. Que si no estoy equivocado trabaja para él.

—Es menester que conozca los detalles para invitarlo como debe ser, más aún si es la primera vez que vendrá a la casa. No se preocupen por nada. ¡Todo quedará perfecto!

—Lo sabemos, Inés, eres la mejor organizando PEQUENAS REUNIONES —agregó Alberto hablando para sí mismo para luego poner su atención de nuevo en el periódico.

Durante los meses siguientes de la difícil situación en la que se convirtió su ruptura con María Teresa, Gabriel había hecho hasta lo imposible por superarlo y olvidarla tanto a ella como a las circunstancias que rodearon aquélla dolorosa separación, el fallido intento de suicidio, las continuas amenazas... Había logrado esconder a todos, incluso a sí mismo sus sentimientos de derrota y soledad. Había logrado aparentar tranquilidad y total desapego a todo lo que ocurrió aquella noche que habría preferido olvidar pero que en el fondo seguía haciéndolo sentir desdichado, con el pasar de los días la decepción se apoderó de su corazón con un vacío que nadie podría llenar.

La traición lo hizo insensible, incrédulo al amor y ajeno a cualquier sentimiento que le pudiera proporcionar paz y sosiego a su vida. Una de las cosas que más lo torturaba era aquella cajita que guardaba en la caja fuerte de su oficina, esa cajita en la que le habían entregado el hermoso anillo de compromiso que había mandado a hacer para ella días antes de que la encontrara en su apartamento con otro hombre, apenas lo recibió de manos del joyero decidió guardarlo en recuerdo del daño que una mujer podría hacerle, pensó en él como un amuleto que lo protegería para no volver a caer en la trampa llamada amor, así nunca mas creería de nuevo en las falsas promesas que tal ilusión ofrecía.

Ocupó su vida con su trabajo y en buscar diversión que lo ayudaran a olvidar. Durante el día dedicaba toda su atención a la empresa, como siempre demostrando su eficiencia y talento para los negocios desempeñando magistralmente su cargo en la gerencia general del consorcio fundado por su padre. Pero durante las noches la soledad daba paso a los recuerdos liberando en él una lucha constante entre el amor y el odio que se mezclaban dando como único resultado el rostro de María Teresa. Su Marite... Esto lo hacía sentir débil, derrotado ante aquella mujer que lo traicionó, eso no lo podía tolerar, en los momentos en que se volvía torturante estar solo con él mismo y sus pensamientos, salía en busca de consuelo en las agitadas calles de Miami y la intensa vida nocturna que la ciudad ofrecía.

Se desahogaba en los clubes, con amigos, buscando aventuras pasajeras con mujeres que sabía que no le darían nada mas allá de una noche de sexo en el que el trataría en vano de olvidar aquel rostro, aquel cuerpo que tanto deseaba volver a tener aún en contra de sí mismo. Luego lo peor llegaba en el momento de enfrentar el hecho de que no había servido de nada, el vacío seguía ahí, cada vez más profundo, más negro y asfixiante. Nadie, ninguna mujer por hermosa ni complaciente que fuera podía compararse con ella, Gabriel sentía que nada más ella podía seguirle el paso en sus desenfrenadas noches de pasión, solo con ella él se sentía libre de dar rienda suelta a sus deseos mas viscerales, disfrutaba de hacer gala de su fuerza manteniendo siempre el control en la cama, teniendo gusto especial por el sexo fuerte e impúdico, para esto era necesario una compañera atrevida y abierta a nuevas experiencias como únicamente la encontraba en María Teresa.

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