Capítulo 4

Los días pasaron rápido en la hermosa mansión Mendoza. Llegó el día del cumpleaños de Gabriel. Inés había puesto todo su empeño en hacer de esa una celebración muy especial, quería ver sonreír a su hijo, en su mente y en su corazón reinaba el convencimiento de que esa fiesta en particular tendría un efecto muy positivo en él, quizá porque seguía empeñada en la idea de que estar entre sus amigos y familiares le levantaría el ánimo. Ella corría de aquí para allá organizando los detalles, dando instrucciones y hasta ocupándose personalmente de hacer algunos trabajos manuales. Aquella pequeña reunión se había convertido en todo un evento social de más de ciento cincuenta invitados.

Gabriel y Alberto prefirieron alejarse y encerrarse en el estudio para hablar de sus temas favoritos cuando se quedaban a solas, negocios y barcos.

—Ya verás que va a ser muy provechosa la sociedad con los astilleros de Rivera —dijo muy seguro Alberto a Gabriel sentado detrás de su gran escritorio.

—Yo sigo pensando que debimos comprar el cien por ciento del astillero.

—Claro, hijo… Pero si no hubo oferta que le interesara, ¿qué podíamos hacer? Yo tampoco hubiera vendido. Son los mejores astilleros de la zona. Hubiera sido un tonto si nos vendía, además, la sociedad, así como está será provechosa para ambas empresas.

—Sí. Es verdad. Nada más queda esperar que cumpla con los tiempos y la calidad que prometió para el mantenimiento de los buques.

—Gabriel... ¿Siempre tan desconfiado, hijo? Lo hará, no te preocupes. Tiene la infraestructura y la organización necesaria. Además, para eso tú estarás a cargo también de supervisar esa área apenas comiencen a entrar nuestros buques al astillero.

—Sí. Así Será —afirmó Gabriel pensativo. No era que pensara que los astilleros carecían de lo necesario para cumplir con las necesidades que la empresa requería, era simplemente su naturaleza desconfiada, por eso era tan bueno con relación a los negocios, nunca dejaba cabos sueltos a su alrededor, exigía siempre al máximo dando de sí mismo el máximo también. Le gustaba controlar todo lo que estuviera en sus manos, así no era raro verlo en los muelles con la camisa remangada revisando el mismo amarras, vigilando la organización de los contenedores o de igual forma impecable en las juntas directivas donde su voz siempre era escuchada con atención por los demás ejecutivos haciendo sentir a su padre orgulloso y seguro de que al llegar el día de su retiro todo el fruto de su trabajo quedaría en las mejores manos.

—Y hablando de Iván Rivera, hijo. ¿Sabes si vendrá esta noche? Debí llamarlo para preguntarle, pero la verdad se me pasó por alto.

—Creo que sí. Mamá dijo algo de eso hace unos días. Por lo que le escuché decir me parece que confirmó su asistencia.

—Ojalá traiga a su hija. Quiero conocerla, estoy casi seguro de que trabajará contigo y es bueno que se conozcan antes.

—¿Hija o hijo?

—Realmente no lo sé... —contestó pensativo—. Creo que tiene una hija, nunca la ha llevado a las reuniones que hemos tenido y habla poco del asunto. La verdad no lo sé. Pero es irrelevante, lo que importa es que trabajemos en armonía.

—Así será —afirmó Gabriel dejando el tema de Iván Rivera a un lado.

—¿Viste la pequeña reunión que planeó tu madre? —preguntó Alberto con una sonrisa divertida.

—Sí —respondió Gabriel con una expresión igual de divertida que la de su padre—. Mamá no sabe hacer pequeñas reuniones.

—Tu madre insiste en que no estás bien, Gabriel. Hijo, ¿qué hay de cierto en eso?

—Estoy bien, papá —aseguró Gabriel a su padre en un acto reflejo de esconder la verdad de sus sentimientos.

—Eso creo. Pero tu madre se preocupa.

—Lo sé. Por eso no puse peros con respecto a esta fiesta. Ella se siente bien haciendo esto para mí y yo se lo agradezco, ¡además sabemos cuánto le gustan estas cosas!

—Tu madre te adora, Gabriel. Y yo también me preocupo por tu felicidad —dijo levantándose de su sillón rodeando el magnífico escritorio de madera oscura para sentarse del otro lado frente a su hijo y tener una conversación más cercana—. Igual que tu madre creo que es hora de que sigas adelante con tu vida. Ya disfrutaste de unos meses para saborear de tu soltería y pasar el mal rato.

Gabriel miraba seriamente a su padre, sabía lo que él le quería decir, pero lo dejó continuar.

—Has disfrutado mucho de la vida, hijo, tu madre y yo te dimos libertad plena de experimentar y aprender lo que quisieras, volviste a casa por voluntad propia y para nosotros han sido unos meses maravillosos. Pero creo que a tu edad debes pensar en formar tu propia familia.

—Papá, por favor —pidió Gabriel pacientemente—. Sé que quieren verme casado, con hijos. Pero para comenzar, no quiero. No tengo madera de esposo, menos aún de padre. Además, ahora no tengo intención de buscar nada serio con ninguna mujer.

—Lo sé, Gabriel. Pero ya me hago viejo... ¡Quiero conocer a mis nietos! Y siendo tú mi único hijo solamente puedo esperarlos de ti. Hijo, a tu edad creo que ya pasó el tiempo de las aventuras, de los amoríos de fin de semana, tú los has prolongado bastante, ¡y hasta me dan celos tengo que confesar! pero debes pensar que no todo es trabajo y fiestas.

—Sé a lo que te refieres —afirmó con un deje de tristeza en la mirada que no pasó desapercibida para Alberto—. Pero dejaré que el destino decida, confiar de nuevo en una mujer será difícil para mí, pero si llegara la indicada puedes estar seguro de que pensaré en tu consejo —añadió para tranquilizar a su padre mientras en su adentro sabía que ninguna mujer sería apropiada, solo quería calmar la preocupación de Alberto.

—Entiendo tus sentimientos —dijo inclinándose hacia adelante—. Pero quiero que comprendas que el matrimonio puede ser una bendición o una maldición, yo con tu madre fui muy bendecido, es una mujer maravillosa y me ha hecho feliz durante muchos años, me dio al mejor de los hijos y me hubiera dado más si se hubiera podido. En cambio, hay quiénes se casan con las personas equivocadas y logran hacer de sus vidas un verdadero infierno como casi te pasa a ti. Lo que te quiero decir con esto, es que tarde o temprano deberás rehacer tu vida, casarte y tener tus propios hijos. Para eso tienes buscar a la mujer indicada, que sepa hacerte feliz.

—Sé a lo que te refieres, siempre me lo advirtieron mamá y tú. No volveré a equivocarme como lo hice con María Teresa. Aprendí la lección.

Gabriel trataba por todos los medios de tranquilizar a su padre, pero en el fondo nunca había estado tan reacio a pensar en el matrimonio, no creía que existiera la mujer que pudiera suplir a su Marite y que cumpliera con los requisitos que sus padres le aconsejaban que debía tener una esposa adecuada.

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