Bajo una intensa lluvia, Clara se mantenía de pie frente a la tumba, sosteniendo un paraguas. Permaneció allí durante mucho tiempo, hasta que su cuerpo se empapó por completo con la humedad. Diego, viendo su sufrimiento, finalmente habló: —Volvamos, ya es tarde.
Clara permaneció en silencio, como si pudiera desvanecerse en cualquier momento.
Había perdido a otro ser querido, lo que la hacía sentirse aún más sola y desamparada. Esto preocupaba profundamente a Diego.
Él extendió los brazos en un gesto de consuelo, tratando de abrazarla. Clara, bajo su sombrilla negra, lo miró fríamente, su mirada tan fría que inquietó a Diego.
—Clari, no te sientas mal. Aún me tienes a mí.
Era precisamente por tenerlo a él que se sentía mal.
El viento de la montaña soplaba fuerte, y la figura frágil de Clara parecía aún más firme.
Clara no dijo una palabra más y se fue directamente. En este momento, no tenía mucho más que perder.
Clara guardaba silencio, lo que desconcertaba a Diego. Se convenció a sí mi