―Lo siento ―indica, Massimo, antes de levantar a la chica como un saco de papas y arrojarla sobre su hombro―. La fiebre la está haciendo desvariar.
Todos miramos, desconcertados, la escena.
―¿Qué estás haciendo, bruto? No estoy desvariando ―se queja la chica al volar por los aires―. Nunca he hablado más serio en toda mi vida.
Massimo ignora sus reclamos, mientras abandonan la habitación.
―Te prometo que te amarraré a la cama si no dejas de decir tonterías.
La escena me parece surreal. ¿Qué acaba de pasar entre esos dos? Vuelvo a poner mi atención en mi mujer.
―Señores, ¿pueden, por favor, dejarme a solas con mi mujer?
Robert se acerca a Dee-Dee y se hace cargo de ella.
―Ven conmigo, Anika. Te prometo que, esta misma noche, vamos a resolver lo de tu pequeña.
Rachel y yo mantenemos nuestras miradas fusionadas, mientras el resto de las personas se encarga de sus asuntos. Después de que todos salen, me acerco a mi mujer.
―¿Qué idea tan absurda se le ha ocurrido a esa cabecita?
Baja la mira