La miré, luego me enfoqué en la carretera, ya ingresábamos a Ciénaga de Oro, estamos a veinte minutos de la finca. Le tomé la mano y ponía los cambios del carro con ella, mi enemigo seguía fuerte, espero con el tiempo pueda derribarlo, su inseguridad será mi mayor reto.
—¿Cuándo me enseñas a manejar?
—Cuando quieras.
—Pero no me vayas a regañar.
—Soy un buen profesor.
—Si como no, eres un histérico, te recuerdo que no tuviste paciencia para enseñarme a tocar guitarra.
—Es diferente, me dio cosa escuchar notas desafinadas. Te siento contenta.
—Sí, pero también tengo miedo, miedo a que esta burbuja se acabe. —el corazón me dio un brinco.
—Entonces disfrutemos un día a la vez.
El temor de Cata era porque se podía morir y eso me aterraba más que a ella. Entramos a la carretera destapada, ahora era una línea recta hasta llegar a Las Reinas. Así se llama la finca del abuelo, tierras que él trabajaba para su mujer, su hija y su nieta, como había dicho cada vez que tenía oportunidad.
—Te pusi