Esa noche, incluso envuelto en la oscuridad de la cocina, calentó la comida. Se sentó en la fría encimera y comió despacio, en silencio. Cada bocado era una mezcla de sabores, afecto y ausencia, presencia y distancia. La comida estaba deliciosa, como siempre. Preparada por una esposa devota a la que apenas conocía y a la que ignoraba por completo.
Cuando terminó, lavó los platos, se secó las manos y volvió a mirar hacia el pasillo. La luz aún provenía de algún lugar, débil, pero suficiente para saber que había alguien allí. Dio un paso, luego otro… pero se detuvo. La luz desapareció de repente, probablemente apagada.
Y pensó: aún no es el momento.
Pero tal vez estaba cerca… cerca de cambiar esa situación insostenible. Necesitaba actuar, y para el hombre que sabía lo que quería, que nunca se dejaba vencer por los obstáculos, que lo controlaba todo y a todos, le faltaba el valor para llamar a una puerta. Subió lentamente las escaleras, como cargando a cuestas el peso de todas las palabr