Elizabeth
Después de que John se fue al trabajo, Elizabeth terminó de arreglar la casa. Le pidió el coche a James.
El sueño de toda mujer era tener una tarjeta ilimitada para comprar lo que quisiera. Pasar el día de tienda en tienda comprando ropa, zapatos, bolsos, joyas… Todo lo que los ojos vieran y el corazón deseara.
Pero no para Elizabeth.
Para ella, nada de eso tenía valor. ¿De qué servía tener tantas cosas si no poseía lo más importante en la vida? ¿De qué servía el lujo si no tenía amor?
Sentada en el asiento trasero, con las manos entrelazadas sobre el regazo, miraba por la ventana sin ver realmente las calles que pasaban. James, atento al tráfico, la observaba discretamente por el retrovisor.
Al llegar al centro comercial, James bajó y abrió la puerta para la joven señora con su acostumbrada educación y discreción.
— Gracias, James — dijo ella con una sonrisa apagada.
Él se limitó a inclinar levemente la cabeza.
Desde que la señora Walker se había casado, James notaba que cas