Al llegar a casa aquella noche, John sentía el cuerpo pesado, exhausto. Todo lo que quería era una ducha caliente y una cama suave. Cuando entró en la sala, se sorprendió al ver la figura de Elizabeth.
—¿Todavía estás despierta? —preguntó, alzando las cejas, sorprendido.
—Estaba esperando para ver si necesitabas algo —respondió ella, su voz suave cargada de preocupación—. Pareces tan cansado…
John respiró hondo, dejando la carpeta sobre un sillón. Por un instante, el peso de aquella noche pareció duplicarse sobre sus hombros.
—He estado trabajando mucho —dijo, sin frialdad ni impaciencia, solo cansancio—. Solo necesito descansar.
Elizabeth vaciló antes de hablar, observándolo con atención.
—¿Quieres que prepare un té? Te ayudará a relajarte y dormir mejor.
John abrió la boca, listo para rechazar como sempre hacía, pero ese día algo en él estaba diferente. Tal vez fuera el agotador día de reuniones, tal vez la serenidad de ella, pero acabó diciendo:
—Creo… creo que sería bueno.
Elizabe