El silencio en el apartamento era tan denso que se podía sentir cómo se posaba sobre cada superficie. Alex cerró la puerta con suavidad. Isabella caminó unos pasos adelante, sin mirarlo, como si necesitara distancia para ordenar lo que había en su cabeza.
Él la observó desde la entrada. Su espalda recta, su melena suelta cayendo como una sombra sobre su vestido aún húmedo por la noche, su forma de contenerlo todo. Tenía ganas de sacudirla, de exigirle respuestas… pero también tenía ganas de rendirse a ella.
—¿Todavía piensas que no puedes confiar en mí? —preguntó Isabella sin girarse.
—Pienso que me estoy ahogando entre lo que siento y lo que sé —confesó Alex, con voz tensa—. Y no sé cuál de los dos es más real.
Isabella se dio vuelta, lentamente. Sus ojos se encontraron en un campo minado de emociones.
—¿Y si te lo demuestro con lo único que no se puede fingir?
—¿Qué cosa?
—Esto.
Cerró la distancia entre ambos y, con suavidad, colocó una mano sobre su pecho. Él no se movió. Ella desl