Pasé todo el fin de semana en ese hotel, encerrado en una habitación fría con botellas vacías, almohadas tiradas por el suelo y la cabeza dando vueltas. Ignoré a Chiara; me mandó mensajes, llamó, intentó saber dónde estaba. Pero no quería ver a nadie. Principalmente a ella.
Me desperté el lunes temprano, o al menos abrí los ojos; dormir de verdad, no había dormido. Tomé un café aguado en la recepción del hotel y fui directo a la empresa. Estaba agotado. Literalmente.
Llegué antes que todos. Aparqué en el sótano y subí directamente a mi piso. Entré a mi oficina y fui al baño privado. Me quité la ropa arrugada y me metí en la ducha caliente intentando lavar el desorden que llevaba por dentro. No sirvió de mucho, pero al menos parecía menos un zombie.
Me puse uno de los trajes de reserva que siempre dejo en el armario de emergencia. Camisa blanca, blazer oscuro, corbata torcida; ni me molesté en arreglarla. Me miré al espejo y casi no me reconocí. Cara cansada, ojeras profundas, mirada v