Chicago
El frío golpeaba suavemente mi rostro, de esa manera agradable de otoño, con el viento despeinando un poco mi pelo y el aroma a café y hojas secas invadiendo el aire. Rafael y yo caminábamos tranquilamente por el Millennium Park. Los árboles estaban todos en tonos naranjas y dorados, como si la ciudad hubiera pasado por un filtro vintage.
Cuando nos detuvimos frente al “Bean”, saqué las manos de los bolsillos y miré mi reflejo distorsionado en esa escultura metálica. Por un instante, no me reconocí. ¿Y sinceramente? Fue… liberador.
—Sabes que fuiste la estrella de la noche, ¿no? —dijo Rafael, con esa sonrisa relajada de siempre—. La gente estaba alucinando con t