71. Canción de cunas
—Bueno, acuéstense y escuchen esta historia —dijo Malcolm cuando se acomodó en la silla, con el laúd descansando naturalmente en sus brazos como si fuera una extensión de sí mismo. Los niños también se acomodaron entre las sábanas, expectantes. Josephine, que estaba sentada en la punta de la cama, aprovechó para arroparlos hasta el cuello, rozando con sus dedos las mejillas tibias de sus pequeños.
Sin perder más tiempo, Malcolm comenzó a tocar unos acordes que sonaban como una canción de cuna, y luego empezó a cantar con un tono de voz suave. Sus dedos se deslizaban por las cuerdas del laúd con la familiaridad de quien ha tocado el instrumento desde hace años. La melodía llenó la pequeña habitación, envolviéndolos a todos en un mar de notas delicadas que parecían bailar entre las sombras que hacia la lampara de aceite que reposaba en una mesita al lado de la cama.
—Había una vez un lobo solitario —comenzó Malcolm, alternando entre cantar y hablar mientras sus dedos no dejaban de acaric