—¿Y bien, joven Artem? —mi abuela interviene, con esa mezcla de dulzura y amenaza que solo una matriarca puede dominar —. ¿La cena no está a su altura? Lo noto… inquieto.
Artem levanta la vista, algo nervioso.
—No, no es eso… —se aclara la garganta —. Es solo que ahora mismo el pescado no me apete