El castaño, por su parte, no se molesta en disimular su desesperación. Se manosea con ansias, esperando su turno como un niño al final de la fila, sus ojos fijos en mí, brillando con una mezcla de admiración y necesidad.
—¿Esto es todo lo que tienen? —murmuro, dejando que el sarcasmo gotee de mi vo