—¡Segura! —chillo, cansada—. ¿Crees que soy una máquina? ¡Has destrozado mi cuerpo!.
—Tú también has hecho lo mismo con el mío —lo analizo y tiene razón; su cuerpo está lleno de mordiscos míos y arañazos que han dejado marcas de sangre—. Ven aquí, kukla.
—No. Me lo vas a meter, seguro —lo miro con