|Dorothea Weber|
—¿Ya no puedes seguir, anciano? —le pregunto con una sonrisa burlona.
Artem, debajo de mí, frunce el ceño y me taladra con la mirada. Sujeta mis caderas y me da la vuelta en la cama, su cuerpo grande ubicándose sobre mí.
Sin poder pestañear siquiera, siento cómo entra en mí con v