—Eres mía ahora, Aisling —dijo con voz grave, su mano descendiendo lentamente por su vientre, acercándose a su entrepierna—. Y voy a asegurarme de que lo entiendas cada vez más.
No dejó de mirarla mientras su mano se deslizaba con lentitud. Sus dedos encontraron el centro de su deseo nuevamente, ro