Valeska estaba sentada junto a Lisandro, con Adrián dormido en sus brazos. El pequeño respiraba tranquilo, ajeno al torbellino que los rodeaba. Lisandro miraba por la ventana, con una expresión serena que no encajaba del todo. Valeska lo notó: había algo en sus ojos, una chispa de control que no había visto desde antes del accidente. Era como si supiera más de lo que decía, pero después de todo lo que habían pasado, decidió confiar en él. Era su familia, y eso era suficiente.
—¿Estás bien? —preguntó, ajustando a Adrián con cuidado. Su voz era suave, pero sus ojos buscaban los de él.
Lisandro giró la cabeza, forzando una sonrisa que parecía ensayada.
—Mejor ahora que estás aquí —dijo, tomando su mano—. ¿Y Goran? ¿Cómo está después de ayer?
—Más fuerte de lo que esperaba —respondió ella, con una sonrisa leve—. Está en casa con Adrián cuando no estoy aquí. Dice que no dejará que nada nos toque otra vez. —Hizo una pausa, mirándolo fijamente—. Pero tú… no sé, Lisandro. Pareces… diferente.