Celine avanzaba con pasos ligeros y cautelosos, a través de un callejón húmedo y oscuro. Estaba envuelta en un abrigo grueso, con gafas de sol que ocultaban su rostro y un sombrero que proyectaba una sombra sobre sus facciones tensas. Se detuvo justo antes de llegar al final del callejón y miró hacia ambos lados, asegurándose de que no había ojos curiosos siguiéndola. Solo después de convencerse de que estaba sola, se adentró en la oscuridad.
El hombre que la esperaba recargado contra una pared sucia con las manos metidas en los bolsillos, la vio acercarse, sonrió con la actitud de alguien acostumbrado a los juegos sucios. Su cabello despeinado y la chaqueta de cuero gastada eran los mismos que ella recordaba de hace años, cuando su vida era un desastre controlado, cuando el exceso y la inconsciencia gobernaban cada una de sus decisiones.
—Celine, preciosa —saludó el hombre con una sonrisa ladeada antes de rodearla con sus brazos y besarla sin previo aviso, con una intensidad posesiva