—¿Qué... qué están haciendo ustedes dos?
Manuel se quedó paralizado sosteniendo la palangana, con los ojos tan abiertos como platos, pareciendo completamente desconcertado. Paula y Lucía voltearon a verlo al mismo tiempo.
—¿Por qué tardaste tanto? Te pedí que compraras una palangana y te fuiste una hora —dijo Paula mientras le quitaba el recipiente de las manos. Al volverse hacia Lucía, la sonrisa regresó a sus labios—. Ya tengo el agua caliente lista. Te ayudaré a lavarte, te sentirás mucho mejor.
—Gracias Paula, ¡eres demasiado buena!
—Entonces la próxima vez no te escapes, ¿me dejarás darte un beso?
—Imposible, llevo un día acostada, no me he lavado la cara ni peinado, ¿cómo podría recibir el beso de una diosa en estas condiciones?
Paula: —No me importa, no me da asco.
—...
Manuel, despojado de la palangana y todavía congelado en su sitio, observaba con asombro. ¿Qué demonios...?
—Espera... este logo... —Paula miró fijamente la palangana como si hubiera visto un fantasma—. No me dig