En la mañana, los rayos del sol atravesaron las nubes y bañaron la tierra. La ropa estaba esparcida por todo el suelo, desde el sofá de la sala hasta el pie de la cama del dormitorio, siendo en su mayoría prendas masculinas, exceptuando una bata de dormir de mujer.
Manuel entreabrió los párpados y, al despertar, recordó la locura y el romance de la noche anterior, esbozando una sonrisa involuntaria. Giró la cabeza para mirar a la mujer que dormía a su lado, y su rostro mostró una ternura y suavidad que ni él mismo percibía.
Paula seguía dormida, con los ojos cerrados y una respiración tranquila. Su mirada recorrió las hermosas facciones de la mujer, descendiendo hasta su cuello, donde la piel estaba marcada por los rastros de pasión que él había dejado la noche anterior.
Manuel ya no era un jovenzuelo y había superado la edad de obsesionarse con el cuerpo femenino, pero anoche se había comportado como una bestia salvaje probando carne por primera vez, embistiendo sin control ni cansanc