Era evidente que Lucía acababa de despertar, vestida con un pijama de ositos y con los ojos aún algo enrojecidos.
Bostezó, moviéndose lentamente, con reflejos más lentos que de costumbre.
—¿Te desperté? —preguntó Daniel, sabiendo que el viejo edificio tenía mala insonorización y que a menudo se podían oír los pasos en el pasillo incluso con las puertas cerradas.
Lucía se frotó los ojos y negó con la cabeza: —Ya me iba a levantar de todos modos, son las seis y media.
Tenía que acompañar a Victoria de compras por la tarde, así que necesitaba levantarse temprano para leer artículos y buscar bibliografía.
Daniel, viéndola todavía adormilada, suavizó su voz: —Aún es temprano, podrías dormir un poco más.
Apenas terminó de hablar, notó la mirada escrutadora de Lucía y se quedó perplejo: —¿Por qué me miras así?
—¿Estás resfriado?
¡Eh!
Daniel sonrió con resignación: —¿Hasta eso notaste?
—Tu voz suena algo ronca. ¿Tienes fiebre?
Daniel se tocó la frente: —No sé... No lo noto, probablemente no.
L