Lucía agitó el trapeador y continuó arremetiendo contra ella. Alba corrió cubriéndose la cabeza y, al llegar a la puerta, no pudo evitar lanzar una última amenaza:
—¡Esto... esto no se quedará así!
—¡Esas malditas glicinias de su jardín que se extienden hasta mi patio, mañana mismo las quemo todas! ¡Me enferman solo de verlas!
Dicho esto, echó a correr porque Lucía volvía a perseguirla con el trapeador.
—¡Lárgate! ¡Cada vez que vengas, te voy a dar tu merecido!
Lucía bajó el trapeador y exhaló profundamente, pero al volverse vio la expresión grave de Sergio y sintió un vuelco en el corazón.
Después de un momento, balbuceó:
—Papá, lo siento, yo...
—¿Cuándo aprendiste a hacer eso?
—¿Eh?
—Así... así... —Sergio imitó sus movimientos con el trapeador.
—¡Ejem! Una señorita debería ser más refinada y elegante, no comportarse como una verdulera.
—Papá —Lucía se acercó y lo tomó del brazo—, dime la verdad, ¿no te sentiste mejor después de eso?
¡Eh!
Sergio: —...Sí, me sentí mejor.
—¿Fue ella qui