—¡Ay, pero si es Lucía! ¡Cuando la vi en la entrada pensé que me había equivocado de persona!
Alba, la vecina de al lado, era famosa por su lengua suelta y su voz estridente. Su esposo también daba clases en el Colegio Horizonte Brillante, y se habían mudado al complejo residencial para profesores el mismo año que la familia de Lucía. Al ver salir a Lucía, se apresuró a acercarse y la examinó de pies a cabeza:
—¡Madre mía, increíble! Como dicen, la ciudad grande cambia a la gente... ¡Esta muchacha ha progresado!
—¡Mira nada más cómo vas vestida, qué figura, y esa ropa y zapatos, súper a la moda!
Después de soltar una avalancha de halagos, Alba bajó la voz y le hizo un guiño a Lucía:
—Oye, niña, me han dicho que te va muy bien en Puerto Celeste, que tienes contactos... ¿No podrías ayudar a mi hija?
Lucía quedó desconcertada: —¿Ayudarla con qué?
—¡Ejem! Ya sabes, con esos empresarios, ¡un buen partido! Mi hija tiene buen cuerpo, es guapa y lo más importante, ¡es joven, apenas tiene 22!
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