**ÚRSULA**
El silencio se espesó aún más, denso como una niebla que lo cubría todo, cortado únicamente por el pitido monótono y regular de las máquinas. Ese sonido, constante e impasible, era la única señal de que la vida aún se aferraba a aquel cuerpo postrado. Luego, uno de ellos —el más impaciente, el más frío— dejó escapar un suspiro. No fue un suspiro de cansancio, sino de impaciencia, casi de fastidio. Un gesto involuntario que, sin quererlo, reveló lo que verdaderamente eran: hombres de negocios, no de humanidad. Tiburones en un estanque que olía a desinfectante y desesperanza.
—El tiempo es dinero, Úrsula. No podemos permitirnos el lujo de esperar por algo que quizás nunca suceda. La empresa está perdiendo valor cada día que pasa —dijo con voz seca, sin molestarse en suavizar su tono.
No respondí. No valía la pena. Cada palabra que intercambiáramos era una batalla perdida para mí. No tenía cómo luchar. Porque ellos jugaban en otro tablero, en otra liga. Profesionales endurecid