Cloe soltó un gemido cuando los labios de Fabrizio bajaron hacia sus senos. Primero depositó un beso en cada uno y luego se llevó a la boca uno de ellos.
Se aferró a las sábanas debajo de ella y arqueó la espalda para darle mayor acceso.
—Basta que estés cerca y mi cuerpo reconoce tu presencia —musitó él alejándose por un instante antes de pasar al otro pezón. Sacó su lengua y la lamió como si fuera un postre.
Un grito salió de sus labios ante la calidez y humedad de ese gesto. Él tenía la capacidad de quemarla con solo un toque.
Levantó las manos y arrastró las uñas por su espalda para ver si podía producir el mismo efecto en él.
Fabrizio la soltó y dejó salir un sonido torturado. Él la tomó de ambas manos y la sujetó por las muñecas por encima de sus cuerpos.
—Quédate quieta o me obligarás a atarte.
La idea, en lugar de resultarle ofensiva, le pareció excitante.
—¿Es que acaso solo tú puedes tocarme? —preguntó de todas formas, dejando salir a relucir su rebeldía.
—Sí, a menos que